Tribuna
Tárraco
Exregidor de Cultura a l’Ajuntament de Tarragona
Escolarizar en castellano a los niños catalanes es fruto de una larga tradición del gobierno español, lo imagino como un microorganismo urdidor que reiteradamente lo intenta viajando en el tiempo con indudable maestría. El mes pasado, quizá tras sesuda cavilación, suponiendo que los padres de Cataluña soportan un absolutismo idiomático catalán, equipado con el 155 y en línea de continuidad, nos anunció un nuevo intento ministerial: en la preinscripción escolar figurará una casilla para escoger vehicularlos en castellano.
Tiempo atrás impuso una inquietante condición: la Generalitat costeará una escuela privada para los padres optadores del castellano. Su esperanzadora profundidad sin fondo resultó ínfima. Ahora, tras el lógico recurso catalán, el Constitucional ha comunicado al Gobierno que eso es inconstitucional, o sea esa exigencia se le ha ido de la mano. Lo dijo Francis Bacon «La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad». Es sabido que con la inmersión, al acabar la escolarización, los niños catalanes superan la media española en conocimiento gramatical de ambos idiomas. En 1990, durante mi corta época de concejal de Cultura viví una intentona castellano delirante. Conocedor que nuestro sistema era un modelo ejecutivo de éxito, en intento de descubrir situaciones surrealistas o simplemente contemplar el paisaje, hice elaborar en Bonavista una sencilla y no oficial consulta sobre el tema. El resultado fue sorprendente, los padres andaluces y castellanos, de forma contundente seguían con su idioma como siempre, pero deseaban que sus hijos estudiasen en catalán.
Debido a mi empatía por la antigüedad, explicaré muy sucintamente la enseñanza en época romana. Los niños, dependiendo de las circunstancias familiares –bajo potente potestad del padre, que si lo deseaba podía pegar, encarcelar, ejecutar o vender a sus hijos– en la primera edad se educaban preferentemente en la casa materna. Los propios padres, mediante un educador Preceptor Doméstico o en la escuela por un maestro Elemental, Literatus o Gramáticus, empezaban con lectura, escritura y cuentas. Dependiendo de la calidad del colegio, a partir de los once años y hasta los diecisiete, edad en la que ya eran considerados hombres matemáticas, gramática, pronunciación, aprendizaje de poesías de memoria, copia de textos y comentarios sobre obras de literatura romana y griega. Los de familia acomodada y clase alta, además de atletismo, equitación y natación, los preparaban para oradores, control de tono, expresividad y uso de ritmo, pretendiendo formar élites vencedoras en tribunales. Las niñas salían de la familia, a menudo casi en la pubertad, cuando los padres arreglaban su matrimonio –hubo algunos casos a los siete años– prioritariamente con un hombre mayor. Pasaban de la patria potestad del padre a la del marido. Dos mil años han transcurrido y remueve la conciencia que haya que hacer manifestaciones multitudinarias de mujeres por la igualdad, contra la violencia de género y el patriarcado. Me pesa seguir con esa perturbación, confío que pronto se alcance la resolución. Entretanto intentaré a mi manera desenmarañar la liturgia de la vida municipal.
Satisfecho, nuestro alcalde informó que un nuevo modelo de coche SEAT llevará el nombre de Tárraco. No solo se alegraba del triunfo de Tarragona a caballo de ese enorme éxito, consideró que tal promoción de la ciudad nos hubiera importado una financiación impagable. Supongo que frases tan llenas de contenido favorable fueron un impulso suavizador ante la menguada situación de la ciudad –por ejemplo, con respecto a Gerona y otros anquilosamientos. El siglo pasado pareció iniciado el cambio de signo con Port Aventura y el resurgimiento, obra del alcalde Nadal. Pero no, hemos vuelto al redil opaco –que pese a asumir la esperanza de los Juegos, nos beneficiaría el maná SEAT. Pues yo, en contraposición al ilusionado panorama, personalmente y sin alimentar ningún desdén, creo que con esa estrategia inconscientemente ha subestimado la ciudad. Porque sin duda alguna Seat, gran dominador de la escena, saldrá beneficiado. Conocedor de la historia sabe que Tárraco es el nombre que miles de años ha ostentado nuestra ciudad. Que fuimos la primitiva Provincia Citerior, que exceptuando Lusitania (la mitad del actual Portugal) y Baética (una parte de Andalucía) Tárraco dominaba toda la Península Ibérica. La gran demarcación donde empezó el Imperio y dominio romano, poderío que hacia el norte se extendía a Britania y Germania –donde se fabricara el nuevo modelo– y por el este llegaba hasta el Eufrates. Tárraco perduró durante siglos y fue preponderante centro administrativo y religioso. Tan importante que durante las guerras cántabras fue residencia de Augusto, dueño del mundo conocido. Tárraco emitía moneda con el nombre del Emperador. Ciudad importadora de productos de lujo para sus clases elevadas. Provincia exportadora de plata y estaño procedente de sus explotaciones mineras. Productora de sal, aceite, vino y la excelente salsa Garum Socierum, imprescindible en Pompeya y Roma–un ánfora conteniendo 6,5 litros alcanzaba el precio de mil monedas de plata–. Aquel preciado lino de Tárraco, fino y de blancura extraordinaria. Famosos sus caballos llamados hispanos, ambicionados en el Imperio por su posición erguida, duros valientes y veloces, como el nuevo coche.
La valía de caballeros oriundos de la Tarraconense alcanzaron la alta categoría de Senador en Roma durante la época de Trajano y Adriano. He intentado describir, aunque solo una pincelada, del hermoso cuadro de lo que fué Tárraco en el panorama internacional de la época. La prudencia y el espacio me impiden seguir acrecentando magnificencias. El nombre de Tárraco, dotándolo a un buen producto europeo garantiza calidad y conlleva una dinámica positiva, por eso considero que es SEAT quien envolverá su modelo con una fragancia exquisita. Por lo tanto entiendo que como epílogo de este asunto, en buena lid desearía que el alcalde, a cambio de lucir nuestro Tárraco, estimulara a SEAT para que patrocinara a un club deportivo de nuestra ciudad.