Tribuna
Más y mejor Europa
Professor de Dret internacional de la URV i senador del PSC-PSOE
Hace 70 años, el 9 de mayo de 1950, Robert Schuman, Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, magistralmente inspirado por Jean Monet, hacía su conocida Declaración que daría pie al nacimiento de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero, la primera comunidad europea, conformada por la unión de seis Estados –Francia, Alemania, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo e Italia– y a la que seguirían pocos años más tarde la Comunidad Económica Europea, y la Comunidad Europea de Energía Atómica o Euratom. La novedad de la propuesta de Robert Schuman era el planteamiento práctico y funcional que proponía. Frente a la idea compleja y difícil de impulsar desde cero unos Estados Unidos de Europa, Schuman proponía ir poco a poco, paso a paso, construyendo solidaridades reales sobre las que cimentar sólidamente la construcción de un edificio federal europeo: «Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho». La originalidad de la propuesta estaba en el juego de equilibrios institucionales que proponía, con un Consejo de Ministros representando los intereses y la voz de los Estados; una Asamblea, posteriormente Parlamento Europeo, como la voz de los pueblos y los ciudadanos europeos; el Tribunal de Justicia que sería la voz del Derecho y del principio de legalidad; y la novedad aparecía, con la Alta Autoridad, posteriormente denominada comisión, que pensando tan solo en el interés conjunto de Europa tendría, casi en tu totalidad, concentrada la iniciativa legislativa.
En estos 70 años, el proyecto iniciado con este acuerdo franco-alemán, ha ido cobrando fuerza y densidad. Hoy la Unión Europea, agrupa a 27 Estados (tras el Brexit), y tiene algunos en la sala de espera para su ingreso próximo; ha ampliado enormemente sus competencias, consolidando un mercado común en el que circulan libremente y con escasos impedimentos trabajadores, mercancías y capitales, ha creado mecanismos de cooperación política en política exterior y en temas de seguridad y ha consolidado amplios mecanismos de cooperación policial y judicial, articulado una diplomacia propia, y su moneda única y Banco Central dirigen gran parte de las políticas económicas y monetarias de muchos Estados miembros.
El fracaso del intento de Tratado para una Constitución para Europa, fue finalmente superado con el Tratado de Lisboa, que técnicamente arreglaba muchas de las cuestiones pendientes en la dinámica europea, pero seguramente estaba falto del simbolismo y la fuerza política necesarias para los complejos momentos que se empezaban a venir, con una grave crisis política cuestionándo la legitimidad de las instituciones representativas, una profunda crisis económica que por voluntad de los estados principalmente se abordó con políticas de austeridad y recortes, con una creciente crisis ambiental de las economías del carbono frente al cambio climático, con los inicios de una profunda transición digital que cambiará profundamente nuestra realidad, y con las crisis de identidad que provoca el proceso de globalización.
Cuanto menos la última década no ha sido buena. Si para los primeros Estados miembros Europa representó la paz, para los que nos incorporamos más tarde representaba democracia y libertades y para los últimos en llegar representaba libre mercado, ahora en un mundo global, Europa tiene que representar más. Tiene que ser la expresión de estos valores compartidos basados en la voluntad de universalizar la idea de dignidad humana y con ella la democracia, las libertades y los derechos y las políticas de bienestar. Europa ha sido capaz de esa cuadratura del círculo de la que hablaba Ralf Darhendorf combinando democracia, economía de mercado, cohesión social y libertades individuales. En un mundo globalizado es más necesaria que nunca la voz de Europa y que esta sea una voz fuerte, comprometida con sus valores y, como propuesta civilizatoria universal.
La globalización provoca, entre otros efectos malsanos, el miedo y la incertidumbre frente a las seguridades que dan la pertenencia a identidades que se presentan como cosmovisiones totalizadoras. El desarraigo, los cambios que produce la digitalización, las múltiples lealtades que genera un mundo global, los cambios en nuestras formas de hacer acelerados e implacables, … hacen que la llamada de la caverna, de los cantos tribales y las llamadas a la recuperación de un idílico y ficticio orden tradicional, determinen la emergencia de nuevas formas de populismos, tradicionalismo, autoritarismos, basados en la simplificación de los mensajes, en la búsqueda de soluciones absurdamente sencillas, y en el depósito en un liderazgo emocional fuerte de nuestras inseguridades. Fórmulas de autoritarismo político de mercado, las llamadas democracias de la sospecha y de la vigilancia, modelos tecnocráticos de control social y político, pueden anular una vez más el viejo continente: en ocasiones los pueblos parecen condenados a repetir lo más trágico de su historia. El miedo es un motor muy peligroso contra la libertad, del que nunca nos inmunizamos, y como dice un refrán oriental «cuidado con los miedos, porque vienen de noche y te roban los sueños».
Por esto, hoy quiero conjurarme con vosotros por más Europa, por una Europa más fuerte por una Europa más ella y menos de los Estados, por una Europa de los valores. Una vez más los bárbaros acampan en las puertas Europa haciéndonos llegar sus alaridos, asustándonos con sus hogueras y fuegos de artificio. Una vez más cercan las puertas de Europa autoritarismos, radicalismos, populismos, en definitiva fascismos. Hoy más que nunca más y mejor Europa.