Tribuna
El espectáculo deleznable protagonizado por el PP
PSC de Tarragona
Deberíamos estar curados de espantos cuando nos referimos al PP, y lo estamos. Hablamos de un partido que ha recurrido literalmente a todo, sin escrúpulos, cuando ha intentado destruir a sus adversarios políticos. No solo a nivel político, incluso a nivel personal. Todavía veo al señor Rajoy acusando al entonces ministro del interior, Alfredo Pérez Rubalcava, de «traicionar a los muertos» asesinados por ETA y poco menos que de venderse en cuerpo y alma a los terroristas. Ni los concejales, ni los diputados socialistas, asesinados precisamente por ETA por ser socialistas fueron un impedimento para el PP. Éramos «cómplices de los terroristas» y «amigos de los batasunos». Repito, sin escrúpulos morales de ningún tipo.
Para no rebobinar demasiado en el tiempo tan solo hace falta recordar el numerito que montaron hace dos semanas en el Congreso. En lugar de reconocer que uno de sus diputados se equivocó votando, recurrieron a la teoría de la conspiración para denunciar un presunto pucherazo simplemente inexistente. Les dio lo mismo que tuvieran que enfangar la profesionalidad y el rigor de los profesionales que trabajan en el Congreso. ¡Ellos a lo suyo! Había habido pucherazo y el mismo señor Casado que hoy pedía respeto no tuvo ningún reparo en equipararnos con –y cito literalmente– «la Habana, Managua y Caracas»”, es decir, con regímenes autoritarios o directamente con dictaduras. Lo cual, por cierto, lo equipara al señor Puigdemont que básicamente viene a decir lo mismo que «no vivimos en una democracia» y tal y cual.
Por tanto, en términos éticos ya nadie se podría sorprender de nada cuando hablamos del PP. Pero el espectáculo deleznable de auto-descalificaciones que llevan protagonizando desde hace una semana tiene algo de indigno, de sucio. Esta vez los dardos envenenados se los lanzan entre ellos y no hay acusación terrible que no se hayan arrojado a la cara: corrupción, traición, espionaje a compañeros de partido, investigaciones privadas, amenazas, expedientes de expulsión y un largo etcétera.
En definitiva, una lucha cainita, una auténtica batalla campal, por el poder interno del partido con acusaciones gravísimas. Una cosa es cierta, cuando el PP se refiere a la corrupción sabe de qué habla. Tan solo hay de releer las sentencias judiciales. Lo que es esperpéntico son los argumentos pueriles. Si el señor Casado, o quien fuera, tenía conocimiento de las presuntas irregularidades perpetradas en la adjudicación de un contrato de 1'5 millones de euros que afecta a un hermano de la presidenta de la comunidad de Madrid, ¿porque no lo denunció a la fiscalía? Como sería su obligación, más teniendo en cuenta sus responsabilidades políticas, ejemplaridad incluida. No se entiende nada, más allá de una lucha descarnada por el poder a toda costa.
Mientras escribo estas líneas veo al señor Casado desapareciendo del Congreso tan rápidamente que las cámaras tienen dificultad para seguirle. De los 88 diputados con que cuenta el PP tan solo dos salen corriendo detrás de su jefe de filas. El resto o bien simula un aplauso forzado o directamente hacen ver que consultan el teléfono móvil. Game over. Hace menos de dos semanas estos mismos diputados que ahora lo ignoran hablaban de «la confirmación de un cambio de ciclo que hará presidente a Pablo Casado». ¡De vergüenza ajena! Literalmente.
Dos apuntes finales. De los protagonistas del debate de candidatos a la presidencia del gobierno de las últimas elecciones el señor Iglesias ha abandonado sus responsabilidades institucionales, el señor Rivera sus compromisos políticos (y según sabemos incluso el bufet de abogados por el que fichó), y el señor Casado ha sido echado por los suyos. Pedro Sánchez es el presidente del Gobierno después de haber ganado dos elecciones generales consecutivas. El tiempo, y la confianza de los ciudadanos y ciudadanas, pone a todo el mundo en su lugar.
Finalmente, no podemos dejar en manos de esta derecha cainita, en alianza con la extrema derecha, la marcha del país. Está clarísimo que estos mismos que son capaces de protagonizar golpes bajos de esta categoría están moralmente invalidados, no ya para gobernar un país, sino ni tan solo presidir una junta de vecinos. Lo cual aconseja que el Gobierno progresista, reformista y feminista liderado por el presidente Pedro Sánchez tenga un largo y fructífero recorrido político. En caso contrario los ideólogos de Vox acabarán imponiendo a los sucesores del señor Casado sus condiciones para gobernar conjuntamente. Y entonces, amigos y amigas, sería demasiado tarde para lamentarlo.