Tribuna
Italia, 2020
Diputada del PSC per Tarragona
A finales de 1922, ahora hace exactamente 100 años, Benito Mussolini (líder del partido fascista) fue designado por el Rey como jefe del Gobierno italiano. Al salir de la audiencia un periodista del periódico el Osservatore Romano siguió a Mussolini preguntando «señor Mussolini, ¿Cuál es su programa?». El jefe fascista, rodeado por sus gorilas, se negaba a responder… Pero el periodista perseveraba. «Signore, signore, su programa, ¡cuál es su programa!». Mussolini se detiene, se gira hacía el periodista y le responde: «Mi programa es golpear a los demócratas en la cabeza hasta que se dejen de mover» (las dos armas que utilizaban los primeros fascistas eran las cachiporras para golpear a sus adversarios y el aceite de ricino para humillar a sus víctimas). Sonrió y se fue. No eran palabras. Menos de dos años después el líder del Partido Socialista, Giacomo Matteotti, que con gran valentía denunciaba desde el Parlamento los crímenes del fascismo, fue secuestrado en plena calle por los acólitos de Mussolini, acuchillado hasta la muerte y su cuerpo abandonado en un descampado. La respuesta de Mussolini fue inequívoca: «Soy el responsable de todo lo que ha pasado, histórica, moral y políticamente.» Y a partir de aquí la barbarie…
Cien años después Giorgia Meloni que considera que Mussolini era «un gran hombre», que «había hecho cosas buenas para Italia» y que lo que hizo lo hizo «pensando en Italia» acaba de ganar las elecciones legislativas italianas. Nuevamente, como un siglo atrás, el discurso del odio se nutre del miedo. Miedo de las clases medias a perder bienestar e ingresos, miedo a la pérdida de identidad, miedo al futuro, a la incertidumbre. El miedo genera odio. El odio necesita una víctima propiciatoria: pueden ser los inmigrantes, las mujeres, los rojos, los homosexuales, los judíos o el colectivo que sea. Escuchen, si no, a la señora Meloni por ejemplo hablar de «la familia normal», que según ella son las que están formadas por «un padre, una madre y sus hijos» (¡como Dios manda, coño!), y como esa «familia normal» está amenazada «por el feminismo, el Islam» o lo que se le ocurra.
Esta extrema derecha no gobernará sola, necesita el apoyo del señor Berlusconi. Este hombre merece sin duda un comentario. Silvio Berlusconi –«empresario de éxito»– demostró en los años 90 que controlando una televisión de masas y un gran club de futbol el poder político caería como una fruta madura. Introduciendo las «mama chicho» en la pequeña pantalla, monopolizando el poder económico y acumulando copas de Europa de futbol podría gobernar Italia como si fuera una extensión de sus empresas. Fue lo que pasó. Es lo que pasará ahora. Por cierto, el señor Berlusconi y su partido Forza Italia forman parte del grupo popular europeo del PP del señor Feijóo. Que cosas, sí…
Esta es la realidad. Hay que afrontarla, sin miedo pero con determinación. Ante estos hechos el Partido Socialista, el gobierno progresista y feminista del presidente Pedro Sánchez, reitera su defensa del estado del bienestar. No es una palabrita para quedar bien y tal. Estado del bienestar no supone reducir los impuestos a los que más tienen (como hará el tándem Meloni-Berlusconi en Italia y en España quiere hacer el dúo Vox-PP), sino ampliar las inversiones sociales para que cada vez haya más personal sanitario y educativo, y más becas –por poner tan solo algunos ejemplos– para las clases medias trabajadoras.
Defender la democracia no implica volver a la «familia normal y tradicional» como único modelo permitido, dónde las mujeres quedaban recluidas al ámbito doméstico y supeditadas al hombre, sino defender el feminismo y la diversidad sexual y afectiva. Significa, en primer término, no normalizar al neofascismo como irresponsablemente hacen sus compañeros de viaje, ya se llamen Berlusconi o Feijóo.
Hay algunos que ya sueñan que de aquí a poco menos de un año nos encontremos con un gobierno similar, formado por Vox y PP, en España. Ya ven al señor Abascal de ministro de Igualdad o de ministro del Interior… Que poco nos conocen a las mujeres de este país. Los propagandistas de la derecha ignoran que si bien un Mussolini aplastó las libertades, un Matteotti murió por defenderlas. Las mujeres, señores míos, no creemos que Mussolini fuera «un gran hombre», sino que Clara Campoamor si fue una gran mujer cuando valientemente defendió el derecho a voto de las mujeres, el derecho al divorcio o el derecho a cursar estudios superiores «sin cupo máximo de mujeres». Algo que la extrema derecha de ayer, hoy y mañana, seguirá odiando por los siglos de los siglos.