Opinió
Aquí hay tomate
A pesar de las molestias que han causado, y que siguen causando, las protestas de los agricultores al entorpecer el tráfico rodado con sus tractores, una gran parte de la población, incluso la directamente afectada, no censura la actitud de los manifestantes. No es poca la ciudadanía que siente, por quienes invaden carreteras, autovías y autopistas, una buena dosis de adhesión y de franca simpatía. Y es que el campo y sus gentes han contado históricamente, y en gran medida, con el favor de los ‘urbanitas’.
¿Hasta que punto les asiste la razón a los ‘entractorados’ campesinos? ¿La tienen en mayor medida que, por ejemplo, los desaparecidos fabricantes de televisores nacionales (todos prácticamente extinguidos) arrollados por los bajos precios de los emporios industriales orientales? ¿Y qué decir de los desventurados empresarios y asalariados dedicados al mundo de la confección textil, hoy rara avis en nuestros lares? Unos y otros sucumbieron ante el tsunami tecnológico, pero también económico (precios bajos) que procedía, y procede, de Asia. ¿Alguien lloró, gritó o aventó su disgusto por ellos? Nadie o casi nadie. Los sepelios lo fueron en el silencio, no de un campo santo, sino bajo montañas de papel amontonado en la frialdad de los juzgados encargados de la tramitación de los expedientes de suspensión de pagos -entonces- o de concurso de acreedores ahora y siempre entre expedientes de extinción de los contratos de trabajo.
La Unión Europea destinará este año 2024 casi 54.000 millones de euros para subvencionar directamente la actividad agraria, lo que viene a ser casi un tercio del volumen del gasto de la UE. El monto dinerario que destina a sostener las actividades agropecuarias es, año tras año, el primer componente de presupuesto comunitario, lo que no ha impedido que en el período 2005-2020 se redujeran en un 37% el número de explotaciones agrarias, siendo en 2020 las fincas de labor censadas 9,1 millones, nada más ni nada menos que 5,3 millones menos que en 2005. Lo anterior se traduce en un colosal recorte de la ocupación laboral en el sector, pues en 2005 se contaban 12,46 millones de personas en la actividad y en 2022 era de 7,87 millones. ¿Quiere decir lo anteriormente expuesto que la disminuido la producción agropecuaria en la Unión Europea? Según Eurostat (organismo comunitario encargado de la elaboración, entre otros, de estudios estadísticos) la producción se ha mantenido prácticamente constante en el período referido, y la superficie dedicada al cultivo también. Entonces ¿qué ha sucedido?
Simplemente; ha aumentado la productividad a causa de dos factores fundamentales. Por un lado, la disminución del número de fincas no supuso un paralelo recorte en cuanto a la superficie cultivada y, por otro, la disminución del número de agricultores tampoco supuso una caída en la producción. En definitiva, explotaciones más grandes han producido con menos aportación de trabajo humano idéntico volumen.
La producción agroalimentaria que la UE exportó a terceros países en 2022 ascendió a 229,8 mil millones de euros, mientras que las importaciones supusieron 172 mil millones de euros, lo que arrojó un saldo a favor de 57,8 mil millones de euros. Estas confortables cifras vienen dándose en los últimos lustros.
A la vista de los datos expuestos podríamos concluir que aquellos burócratas europeos que manejan las agriculturas de los países miembros, pueden verse tentados en seguir actuando para que no cesen las consecuencias de lo ocurrido durante el período 2005-2020 a saber; reducción del número de explotaciones, aumento –a costa de unir unas con otras– del tamaño de las parcelas cultivables, ‘estimulando’ cese de los agricultores ‘de toda la vida’, bien por jubilación, bien por agotamiento. Y si para acelerar este proceso hay que dejar vía libre a tomates de Dios sabe dónde, cultivados sin apenas controles y con la aportación de mano de obra semi esclava…, pues ¡marchando! Y cuando toque, se aplicarán normas para restringir la importación de terceros países y sanseacabó. En definitiva, lo que ha estado y está ocurriendo, con el llamado comercio tradicional y de proximidad que se extingue en favor de las grandes superficies, es un aviso de lo que ha de venir. Y como resultado adicional, la UE irá recortando progresivamente la ingente cantidad de millones destinados a subvencionar las históricas y tradicionales explotaciones. De eso se trata.
Mientras, a nosotros nos queda sólo una herramienta que, no por antigua, ha de ser menos eficaz. Tenía un eslogan: ‘Compre productos españoles’.