Opinió
Pollos de cristal
Hace muchos años, en un anuncio de una entidad financiera, aparecía una cartilla de ahorro pasando hojas y hojas con apuntes contables. Las libretas de ahorro eran un documento bancario muy parecido a un pasaporte en donde anotaban (presencialmente) tus ingresos y gastos.
La música del anuncio era una pegadiza canción de Sergio y Estíbaliz, mientras pasaban hojas, cantaban: «Páginas de sacrificio, páginas que son esfuerzo, hojas de trabajo escritas, esas no las lleva el viento». Esta idea del trabajo está desfasada para mucha gente joven que, como el licenciado Vidriera de Don Miguel de Cervantes, víctima de un hechizo y creyéndose de cristal, decía ‘No me toques que me rompo’.
Lo cierto es que en la calle suenan tambores y es difícil conversar con empleadores o trabajadores que no se lamenten sobre la actitud de muchos jóvenes que también se han comido una calabaza y priorizan su sensibilidad y salud física y mental mostrando el mínimo compromiso con el equipo. Recuerdo un anuncio de radio que lo anticipó. Un candidato pregunta por el sueldo y cuando se le informa de que serán tantos euros iniciales, aunque podrían ser más con el tiempo, dice: Pues ya vendré con el tiempo.
Este es un tema cultural, complejo, peliagudo, que no cabe en esta columna. No somos hijos de nuestros padres sino de nuestro tiempo y mientras los primeros les han proporcionado una formación que ellos no tuvieron, no han transmitido a sus hijos la actitud ante el trabajo que se lo permitió.
La globalización, la crisis de 2008, la inmigración, la pandemia, el buenismo, la emergencia climática o la pérdida general de valores morales están transformando el panorama laboral. Y sobre todo con la nueva era digital que les seduce en ese ecosistema, como con la inclusión o la diversidad, mientras los convierte en mantequilla al primer contratiempo en este.
La canción seguía, «Quedan más hojas, queda más vida y lo que hoy siembres recogerás un día», pero eso ya no funciona cuando un pájaro exige en mano el ciento volando. No son los conflictos generacionales de siempre que ya anunciaba Sócrates, son las leyes de la frontera y los trabajadores seniors que antes nadie valoraba, comienzan a ser un gran activo.
Lo cierto es que es difícil creerse las cifras del paro real, pues entre quienes no quieren trabajar (un 17% de ninis en menores de 25 años) y quienes no están por la labor si no les ofrecen lo que creen que merecen, el problema actual es de una gravísima falta de personal, acuciante en muchos sectores.
No es solo una cuestión estética, es el punto de inflexión que da comienzo al futuro. Las empresas sólo son un establecimiento sin un grupo humano, no funcionan si no hay compromiso. Los políticos que han vaciado la hucha de las pensiones hacen temer que el sistema pete si son de vidrio quienes las tienen que soportar.
Hay dos actitudes para afrontarlo: o los poetas siguen enamorados de las cosas del pasado o las empresas se adaptan a la nueva melodía de los tiempos para seducirlos y retenerlos. Trabajar, en todos los idiomas romances, proviene del ‘tripalium’, un aparato de tortura que sujetaba a los esclavos, mientras los romanos les azotaban.
Desde aquí sugerimos que se reúnan los gurús de la economía y destinen grandes sumas de dinero para contratar a los mejores influencers destacando de forma simpática las muchas cualidades medicinales que aporta el trabajo a la salud intelectual y emocional. «Buenos días, currante, es lunes y aún no han puesto las calles. Hoy la gente en el metro, muerde. Ya dijo Shakespeare que, si todo el tiempo fuera fiesta, divertirse sería más aburrido que la semanita que os espera».