La carta de la educadora social de los terroristas: «Eran niños como todos, eran niños de Ripoll»
Raquel Rull conocía a los autores de los atentados de Barcelona y Cambrils desde pequeños, y explica «la otra cara de la moneda» en una carta
Raquel Rull es educadora social en Ripoll, y conocía a los terroristas que perpetraron los atentados de Barcelona y Cambrils desde pequeños. En una carta que se ha convertido en viral, Rull explica cómo está asimilando los hechos, y quiere dar a conocer «la otra cara de la moneda» a la ciudadanía: «Eran niños como todos, como mis hijos, eran niños de Ripoll», los describe. El texto íntegro se puede leer a continuación:
Quiero explicar cosas que no saldrán a los diarios ni a la tele. Necesito gritar a los cuatro vientos, porque mi corazón está muy triste, mucho. Nunca había tenido un sentimiento tan fuerte como éste, porque no es racional, no viene de alguna cosa que ves que tiene que pasar o que forma parte de la vida. Viene de otro lugar de lo que no soy capaz ni de describir.
Estos niños eran niños como todos. Como mis hijos, eran niños de Ripoll. Como aquel que puedes ver jugar a la plaza, o el que carga una mochila enorme de libros, el que te saluda y te deja pasar en la cola del super, el que se pone nervioso cuándo le sonríe una chica.
Me hacen daño las chispas que encienden el odio en las redes, en la calle, en el pueblo donde vivo, en los diarios.. A dónde se muestra la ignorancia, el rencor, la indiferencia, el no respeto hacia el prójimo, los tópicos, las fronteras, el girar la cabeza hacia el otro lado, el no saber ponerse en la piel del otro.
Y eso se repite siglo tras siglo, año tras año. ¿Qué estamos haciendo mal? Hemos que detener eso. Tenemos que hacer alguna cosa. Y yo que creía que lo estaba haciendo bien, que había contribuido con mi granito de arena.... Es cierto que nunca lo había vivido en primera persona y eso ha hecho que haya cambiado el punto de vista. Y además ahora lo veo desde el otro lado y estoy destrozada.
Las cosas que pasan en la tele o en la otra punta del mundo son cosas que se acaban diluyendo y olvidando, y no se sabe lo que es cierto o real. Y acababa ganando la ira, la rabia e incluso acabamos aclamando «el ojo por ojo, diente por diente» para castigar estos actos.
Ahora tengo una sensación que se escapa...
Me duele ver el mosaico de Miró manchado de sangre. Me duele ver que está en mi ciudad. Me duele pensar que podría haber conocidos y familiares en la Rambla donde he dejado más de un par de suelas caminando por ella. Me duele que hayan sido ellos...
No puedo contener las lágrimas. Es más, no he podido dejar de llorar desde el primer día y sé que nunca podré dejar de hacerlo. Estoy destrozada, rota por dentro. Sé que estos días la balanza y el apoyo se decanta hacia las víctimas, hacia los hijos perdidos, las familias destrozadas, la ciudad de duelo.
Pero permitidme explicaros y enseñaros la otra cara de la moneda, la que no sale a los diarios, la que no llora en público, la que en silencio se seca las lágrimas porque parece que esté mal visto llorar por ellos. Permitid enseñar deciros cómo eran ellos, o al menos los niños que conocí yo. Mis pre-jóvenes del Lokal. Se me hace tan duro.
He trabajado casi toda mi vida, ahora ya tengo 41, en el mundo social, a pie de calle, en las trincheras como decimos nosotros. Sólo aterrizar en Ripoll, empecé a trabajar con un grupo de jóvenes, pero había niños de casi de todas las edades, unos cuidaban de los otros.
El más pequeño tenía unos 8 años y venía siempre de la mano de su hermano. Un hermano educado, tímido, amable, buen estudiante, tranquilo, en la escuela nunca se metía en líos. Un niño que siempre me ofrecía bolsas de quicos o alguna golosina que se compraba con el poco dinero que tenía.
Había dos hermanos que siempre se peleaban. El mayor se ponía rojo cuando entraba aquella niña que le gustaba, aunque nunca le llegó a decir nada. Nunca fallaba al Lokal cuando estaba ella.
Al cabo de un tiempo llegaron más jóvenes del Nador, muchos aprendieron sus primeras palabras y porque no decirlo: insultos entre golpes de mesa. Yo también aprendí algunos en su lengua. Y cómo no, después venían los hermanos, las nuevas generaciones. Los traviesos, los de los ojos vivos y la sonrisa en la boca.
Todos íbamos creciendo y pasando etapas. ¡No sufrimos con la adolescencia, madre mía! Entre granos, espinillas, testosterona, y sueños por cumplir. Todavía recuerdo las largas charlas en el despacho. Raquel necesito hablar contigo... y allí hacíamos nuestras tertulias y hablábamos del futuro.
Piloto, maestro, médico, colaborador de una ONG. ¿Cómo se ha podido esfumar todo eso? ¿Qué os ha pasado? En qué momento...? ¡Qué estamos haciendo para que pasen estas cosas! Érais tan jóvenes, tan llenos de vida, teníais toda una vida por delante... y mil sueños por cumplir.
Ya no podré volver a decir qué guapos estáis, o ¿ya tienes novia? O, madre mía cómo has crecido. No podré ver a sus hijos, como lo hago con los otros. No os podré abrazar... Me hace tanto daño. No me lo puedo acabar de creer.
Eso no tiene que quedar con una historia más, tenemos que aprender, tenemos que hacer un mundo mejor. Practicando con el ejemplo, educando en la no violencia, transmiten el no odio, la igualdad. Educando en las escuelas, en los espacios abiertos, en las familias, a nuestros hijos...
Me quedan muchas cosas dentro y muchas instantáneas que nunca olvidaré. Said, Moha, Moussa, Youssef, Omar... Younes... Y ahora Houssin... (es una pesadilla, la lista cada vez es más larga)
¿Cómo puede ser Younes? Me tiemblan los dedos, no he visto a nadie tan responsable como tú...
Los actos que habéis cometido no tienen explicación y no son lícitos... la guerra la ira, el odio no llevan a ningún sitio. Nunca, en nombre de nadie. Ni para nadie. Ni dioses, ni banderas, ni religión... Sólo puedo decir que tengo el corazón roto...