Radiografia de la situación actual en Salònica. Capítulo 2
Inactividad durante el invierno en Sinatex: quince horas de clase en una semana
Los jóvenes son los más afectados por la pérdida de voluntarios en las ONG's, hecho que comporta una caída en picado de los talleres y los programas educativos
A un campo de refugiados como Sinatex la rutina se desvanece. Sobre todo para los niños, los jóvenes y los hombres, porque las mujeres se hacen cargo de los niños y de las tareas familiares, hecho que los ocupa todo el día. Durante los meses de verano, la llegada de voluntarios procedentes de todo el mundo dinamiza la estancia en el campo. Pero durante los meses de invierno, el número se reduce considerablemente. Y, en consecuencia, también las actividades que las ONG's pueden llevar a cabo en los asentamientos. Eso provocaba que las 120 personas que vivían en el campo –que cerró la semana pasada después de dos años de funcionamiento– sólo tuvieran un máximo de quince horas de actividades durante la semana. Y ahora, su situación en Lagkadikia, el nuevo campo donde han sido trasladados, no ha cambiado en exceso.
En Sinatex, de lunes a viernes, una organización independiente daba clases de inglés de cuatro a cinco de la tarde. Los martes y los jueves, por la mañana, la ONG Solidarity Now llevaba a cabo talleres por los más pequeños. Y también estos días, por la tarde, otro proyecto independiente llevaba durante una hora música a la pequeña escuela ubicada en el exterior del campo. Por último, tres o cuatro días a la semana, un entrenador de Kitrinos Healthcare, la ONG que daba servicio médico en el campo, organizaba sesiones de fitness para mejorar el estado físico y mental de los refugiados. Con todo, los días con más ocupación eran los martes o los jueves, cuando los refugiados tenían hasta cuatro horas de distracción.
«Cuando estás aquí unos meses, te das cuenta de que mentalmente su estado empeora cada semana. Cuando llega el invierno, las actividades se reducen mucho porque hay menos voluntarios y hace muy frío en el exterior, y eso los afecta». Eran las palabras del entrenador de Kitrinos Healthcare, Tamim Abdel-Khalek, que dejó su trabajo de entrenador personal en Londres para cooperar al norte de Grecia. Su presencia provocaba sonrisas continuas entre la juventud del campo. Él mismo lo reconocía, y aseguraba que «cuando hacemos talleres o sesiones de fitness, sus caras de felicidad lo dicen todo».
Las clases de inglés también eran una actividad solicitada. Aunque no eran todos los jóvenes que asistían, los que lo hacían tenían un gran interés por aprender. También las clases de música eran uno grande atractivo. Los voluntarios que las realizaban mezclaban actividades dinámicas con el contacto con instrumentos, sobre todo de percusión. Eran momentos de felicidad y distracción absoluta, donde las carcajadas, constantes, rompían por instantes la apatía y tristeza que muchas veces transmitían con la mirada.
Pero los más pequeños también estaban afectados por la falta de recursos. Sólo los talleres de Solidarity Now o las actividades improvisadas por los voluntarios del campo los podían distraer. Sus rostros se iluminaban con un puñado de pinturas y una lona blanca lista para acoger sus obras. Y cuando ellos estaban ocupados, las mujeres podían dejar las obligaciones impuestas para realizarse. Sin embargo, no disponían de ninguna actividad específica durante la semana.
Con todo, los días eran demasiado largos para la mayoría de las personas que malvivían en Sinatex. Aunque los pequeños estaban afectados, su inocencia les salvaba, hecho que no pasaba con los jóvenes. Dejaron atrás un futuro prometedor, con estudios o trabajo, con vida social y ocio. Ahora, durante las noches no duermen. Lo hacen durante el día, porque «no tenemos nada mejor a hacer, no disponemos ni de dinero ni de posibilidades», lamentaba Mustafa Kasup. Él y el resto de jóvenes llegaron solamente y son la esperanza de unas familias que todavía tienen la guerra al lado de casa. «Mi padre y mi madre no se moverán de Siria porque tienen problemas de salud. Yo esperaré que mi hermano consiga el pasaporte para viajar hasta Luxemburgo, allí nos espera mi hermano mayor», aseguraba Jamal, otro joven del campo. La situación se repite con los hermanos Kasup, que esperan coger un vuelo que los lleve a Italia.
Y mientras los trámites burocráticos concluyen, periodo que puede alargarse más de un año, todos estos jóvenes intentan hacer de los campos de refugiados su casa. Escuchan música, juegan a cartas, fuman cachimba, beben tiene y comen durante sus ratos libres. Pero el problema es que no tienen ocupación posible. Un partido de fútbol es celebrado por todos. Una hora de entretenimiento, y de nuevo, hacia la habitación. No pueden realizarse, y menos cuando más allá de las paredes de las paredes del campo hay 5 grados de temperatura. Y todos ellos tenían un futuro esperanzador en su país de origen, donde cursaban Historia del Arte –Jamal-, trabajaban de cocineros –el Sallah Kasup- o se planteaban el futuro mientras acababan los estudios obligatorios –Mustafa-.