La crisis de los refugiados en el Norte de Grecia. Capítulo 3
Azad Mzori: «No soy religioso porque ningún Dios me tiene que decir qué tengo que hacer y qué no»
Este kurdo de 43 años llegó a Grecia solo y sueña con desplazarse hasta Alemania, donde la espera su hermano mayor para «construir una nueva vida»
Los jóvenes son los que acostumbran a llegar solamente a Grecia. En el campo de refugiados de Sinatex, eran numerosos los ejemplos de adolescentes que dejaron a sus familias y, como única esperanza de estas, cruzaron el Mediterráneo hasta llegar a las islas. Pero siempre hay una excepción que confirma la norma. Azad Mzori lo es. No es joven porque nació hace 43 años, «pero físicamente soy un adolescente de 16», aseguraba entre sonrisas. No tiene mujer ni está casado porque «el amor está en el corazón y no en un anillo», pero todavía recuerda con nostalgia las visitas a su compañera cuando tenía 17 años.
Nació en Mosul, el Kurdistan Iraquí, y sus padres lo educaron dentro de la religión musulmana, pero él no es creyente, porque «una religión no tiene la verdad absoluta y Dios no me tiene que decir lo que tengo que hacer». Odia los que odian en razón de raza, género o religión y se exalta cuando recuerda las bombas químicas intoxicando a su querida tierra y sus habitantes. Convivió con la guerra del golfo de Kuwait, sufrió la caída de Saddam Hussein y sus consecuencias y también fue testigo de la «fobia» de Bin Ladden hacia los kurdos. El 22 de septiembre de 2016, Mzori pisó por primera vez Grecia. Lo hizo en la isla de Quíos, próxima a la costa turca, desde donde partió en patera después de pagar 1000 dólares.
En Quíos pasó nueve meses en un campo donde «había muchos problemas y peleas y una comida de muy mala calidad». Después, su laberinto continuó con un traslado a la península, en Sinatex. Ahora, días antes de tener que hacer las maletas hacia Lagkadikia –el nuevo campo donde han sido trasladados–, explicaba a este medio que su objetivo es llegar a Alemania, donde su hermano mayor le espera con su mujer japonesa. «Él se marchó de mi país hace más de dos décadas. Es ingeniero, investigador y poeta,» detallaba el hermano pequeño. Habla de él como un referente porque «me cuidaba cuando era un niño», y fue él quien le inculcó una mentalidad bien alejada de la sociedad musulmana que lo rodeaba.
Mientras espera su pasaporte, Mzori se ha convertido en un padre de todos en la nave industrial. Su instinto paternal que no ha podido llenar se materializa con las decenas de niños y niñas que corren entre los pasillos de Sinatex. También habla con los jóvenes, a quienes riñe si se saltan las normas, pero con los que bromea siempre que puede. Sus aficiones, pintar y hacer deporte. Tres veces a la semana, corre 20 kilómetros alrededor del lago Koronia. Y cuando no puede dormir a la noche, «que es casi siempre», decora las paredes de plafón de su habitación con dibujos de paisajes, edificios o musas desnudas. «De pequeño conocí a Miquel Àngel y me enamoré de su estilo», apuntaba orgulloso.
Con un inglés más bien básico, aseguraba que en Grecia ha conseguido escapar de la guerra, pero que «no puedo entender porque nos tenemos que quedar aquí sin hacer nada». «En mi ciudad no era rico, pero me podía ganar la vida. Tenía un vehículo, una casa, familia y amigos... Ahora no tengo nada de eso, pero por suerte, tampoco tengo bombas cayendo sobre mi cabeza», sentenciaba.
Azad Mzori quiere volver a empezar, quiere sentirse realizado y sueña con visitar algún día Cataluña «para volver a ver a los voluntarios que me han ayudado durante este tiempo», cerraba.
Decenas de refugiados siguen viviendo en las calles de Salónica durante el invierno
Mientras los recursos básicos a los campos de refugiados están más o menos cubiertos, la situación en las calles no mejora. De hecho, empeora cuando llegan los meses invernales. En la ciudad de Salónica, decenas de refugiados que llegaron a Europa con esperanzas para construir un nuevo futuro, malviven en edificios abandonados y medio derribados. Sin techo, sin colchón, sin abrigo. Con temperaturas que llegan a los cero grados con facilidad. Y lo que es peor: sin que nadie pueda hacer nada para ayudarlos, sólo las ONG's que distribuyen comer dos veces al día.
La mayoría de las personas que se encuentran en la calle son de origen iraquí o pakistaní. Las dificultades que tienen para conseguir el derecho a asilo son muy grandes. Y uno de los agravios mayores es que entre los refugiados de calle se encuentran muchos menores. Este medio denunció, el mes de julio de 2017, la situación de Abdulnahab Afridi, de 17 años. Vivía en un edificio abandonado rodeado de mafias y suciedad. Ahora, medio año después, el joven estaba exactamente en el mismo sitio. En el mismo edificio abandonado. En las mismas condiciones. Pero con 25 grados menos temperatura y una degradación física y mental que se acelera a medida que pasa los meses.