Pedro, curato del Covid-19: «Lo cogí en una cena donde la mitad nos infectamos»
Los primeros síntomas los tuvo cinco días después de compartir mesa con otras once personas
En media hora, Pedro Alfaro puede salir de la habitación en la que lleva ocho días ingresado. Acaba de recibir el alta por un coronavirus que cogió veinte días atrás en una cena de doce padres con la mitad ya contagiados de una enfermedad que, cree, «está cambiando el mundo tal y como lo conocemos».
Pedro cumplió 40 años este martes en el hospital Ramón y Cajal rodeado de batas blancas y verdes, de unos sanitarios «impresionantes» que le llevaron hasta una tarta. Y de su compañero de habitación, otro paciente de Covid-19 que, dice, está bien, porque ellos eran «la habitación más tranquila de todas».
Desde ese cuarto habló con EFE este miércoles poco antes de salir afuera para volverse a meter en casa aislado dos semanas más. «Me han avisado de que vienen a por mí y solamente tengo que cambiarme y salir, sin prisa pero sin pausa», dice aliviado antes de hacerse una foto, sonriente y todavía en bata, para ilustrar este artículo.
Los primeros síntomas, recuerda tranquilo y reflexivo al teléfono, los notó el 4 de marzo, cinco días después de compartir mesa con otras once personas en una cena en la que se contagiaron seis.
Era el principio de la epidemia en España -había solo 200 casos reportados- aunque él, pensando que podía ser el virus, se aisló de sus cuatro hijos y de su mujer, Agustina. «Todavía la población no estaba muy concienciada», pero Pedro actuó rápido. «Me metí en un cuarto aparte con un baño», recuerda, y se quedó ahí con «mucha paciencia», destaca, por parte de su familia. Por ahora todos están sanos.
Al principio tuvo «mal cuerpo y fiebre», pero hubo algo que le avisó de que esa no era una enfermedad conocida. Rápidamente perdió el olfato. «Es algo de lo que no se hablaba y miré en internet a ver si era un síntoma, yo ya notaba que no era un virus como el de una gripe». Por eso acudió al hospital Puerta de Hierro, cercano a Boadilla del Monte, donde vive. Le hicieron la prueba y dio positivo.
Si empeoraba tenía que volver y el día 11 notó que le oprimía el pecho y presión en los pulmones, así que decidió ir al Ramón y Cajal porque tiene un conocido allí. Los sanitarios prefirieron internarlo porque los análisis podía predecir una caída rápida, aunque finalmente no necesitó respirador.
En el hospital tuvo picos de fiebre de 39 grados y le empezaron a aplicar la medicación, que rebajó la fiebre y la hizo desaparecer en tres días.
Este violoncelista y consultor, fundador de Musical Thinkers, no sabe cuánta gente con coronavirus había en su planta, pero los intuía. «Hay personas que tosen, al final se oye la pared de tu vecino», explica aún desde el cuarto.
De su ingreso se queda con los médicos y enfermeros. «No hay palabras suficientes para agradecer la entrega que han mostrado durante todo ese tiempo. Fue muy bonito que esa mañana se presentó el personal sanitario con una tarta de cumpleaños, fue un detalle para empezar el día que me emocionó totalmente».
También con los suyos porque nunca había recibido «tantos apoyos, tantas muestras de cariño». Entre muchos amigos, explica, le hicieron un vídeo de media hora para sus 40 años. Y recordará siempre a su compañero de habitación porque «se va tejiendo un apoyo, muchas veces silencioso», con quien sufre lo mismo que tú.
Una «mención especial» le dedica a Agustina, que se quedó en casa cuidando a sus hijos con la preocupación añadida de saberle en el hospital.
Y no quiere colgar sin acordarse de algo que a él le ha ayudado: «Me gustaría añadir una cosa. Tengo una hermana que es religiosa, prácticamente de mi edad. Me ha aliviado mucho en estos días llamarla y hablar con ella y recibir muchas oraciones, eso me ha dado muchas fuerzas».
Porque, confiesa recordando esas conversaciones, «ha habido momentos muy duros». «No he temido por mi vida, pero me he llegado a encontrar muy mal y en esos momentos el apoyo ha sido enorme».
A poco de salir del hospital y sabiendo que aún le quedan unos días de reclusión, Pedro ansía coger su violoncelo, «disfrutar de su sonido y su tacto», y ver a los que ha dejado en casa: «Estoy deseado con todo mi corazón ver a mi familia» y poderles decir que ha superado una enfermedad que, asegura, «está cambiando el mundo».