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Psicólogos alertan de casos de ansiedad derivada de la emergencia climática

Testimonis explican a ACN que sienten estrés, angustia y desasosiego «al ver peligrar su futuro»

Sara Santana y Julen Vallès conversando en la zona del Parque de la Ciutadella de Barcelona.

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Durante la última década el concepto de la ansiedad climática ha ido cogiendo más y más fuerza entre los diferentes estratos de la sociedad. Se trata de una activación emocional que se traduce en sentimientos de estrés o angustia vinculada a acontecimientos relacionados con la emergencia climática. En este sentido, a pesar de no ser un concepto nuevo, los psicólogos alertan de que cada vez está más presente y que, si hace unos años eran casos aislados, ahora afecta a un grueso más generalizado, sobre todo entre el colectivo más joven. Testimonis explican a ACN que una de las mayores preocupaciones está relacionada «al ver peligrar su futuro». Incluso admiten que han tomado decisiones vitales muy influidos por el cambio climático, como no tener hijos.

Ivan Rivera, de la cooperativa Psicoopera de Sants, detalla a ACN que este tipo de situación se encuentra dentro del espectro ansioso y que presenta, de hecho, una sintomatología similar. Falta de sueño, alteraciones alimentarias, temblores, palpitaciones o respiración agitada son algunos de los efectos más recurrentes, pero también de otros más relacionados con la mente, como el pensamiento recurrente o bien la preocupación. «Todo acaba afectando al estado de ánimo y la energía, concreta, y además puede acabar favoreciendo el desarrollo a cuadros depresivos importantes».

«Es un sentimiento de estrés, angustia y desasosiego muy real», afirma Julen Vallès, un joven de Barcelona que lo ha vivido en primera persona, «igual que puedes tener este sentimiento con respecto a diferentes situaciones como no poder pagar un alquiler, o disponer de un trabajo que no encuentras». También sostiene que la preocupación recae al ver ciertos posibles escenarios, y que todo «se traduce en una experiencia personal que afecta al día a día».

En esta misma línea se expresa Sara Santana, una joven que también ha tenido angustia derivada de la emergencia climática y que, a menudo, se ha encontrado con que no todo el mundo ve la situación como ella. Alguna vez me ha pasado de sentirme muy mal y decir: es que quedan muy pocos años. A eso me han contestado que luchas siempre ha habido, y que esta es una más», relata. Este es uno de los motivos que llevaron a Julen y Sara a hacer activismo, donde encontraron gente con quien poder hablar del tema honestamente.

Una preocupación más presente en los jóvenes

La ecoansiedad es una problemática que afecta a todo tipo de personas, pero que prevalece en los jóvenes. Así lo explica Rivera, señalando que a la consulta llega un flujo estable de personas que expresan este malestar, «presente dentro de la bolsa de angustias» que también contienen otros aspectos como por ejemplo la pandemia o bien la situación económica. En cuánto a los perfiles mayoritarios, jóvenes de entre 15 y 25 años que se ven afectados por esta «incertidumbre de futuro».

Sin embargo, tal como considera el ambientólogo y especialista en biodiversidad, Andreu Escrivà, «la ecoangustia puede afectar más a la gente joven, pero el cambio climático afecta a todo el mundo». Escrivà admite que a menudo cierta gente de más de 30 o 40 años percibe que todo eso «no va con su vida» y que cree «erróneamente» que han nacido sin cambio climático, ya que todo aquello que viven en la actualidad es un proceso de cambio «acelerado y causado por el ser humano».

«Quien la tiene en mayor profundidad y claridad son las poblaciones más jóvenes, porque ven como su futuro corre al lado de una línea temporal marcada por los hitos climáticos. La verdad es que nadie es demasiado mayor ni demasiado joven para hacer frente al cambio climático y tenemos que preocuparnos colectivamente como sociedad, independientemente de nuestra edad», opina.

De hecho, esta perspectiva de futuro, es también uno de los problemas a la hora de plantear un tratamiento para la gente que lo sufre. «Estamos hablando de una activación emocional, una sensación vinculada a acontecimientos graves de la misma emergencia climática en el propio día a día al ver u oír que no hay solución», subraya Rivera, «al ver que no se le está dando respuesta como tocaría y que no hay un camino marcado genera incertidumbre, que a la vez generar esta sensación de angustia o ansiedad».

En psicología, uno de los aspectos se basa en encontrar elementos que generen tranquilidad y confort, pero cuando se habla de fatiga climática cuesta «porque las perspectivas no son buenas, y las personas lo saben», continúa.

Efectos colaterales del malestar

El malestar generado por la angustia climática puede tener diferentes efectos colaterales, como por ejemplo el condicionamiento de ciertas decisiones de carácter vital. En el caso de Sara, le pasa a veces con la formación, pero también con la maternidad. «Tengo cierto luto porque es una cosa que quería, me gustan mucho los niños y esperaba que llegaría un momento más estable en el que querría tener. Ahora desde hace un año estoy viendo que no es posible y probablemente no lo haga porque no es el contexto en el que quiero tener hijos», explica.

Julen, por otra parte, admite que la emergencia climática le genera unos sentimientos que todavía «está aprendiendo a gestionar» y remarca la importancia de sentirse acompañado. «Nos enfrentamos a cosas muy grandes, pero hay momentos que pienso que se tiene que ir tirando y seguir adelante, es lo único que se puede hacer», dice.

Otra de las vertientes en la que se puede traducir la ansiedad climática es la culpa. «Pensar u sentir que no se está haciendo lo suficiente, o bien por ejemplo estar haciendo activismo y ver que la situación no cambia, este también es un escenario que genera frustración», apunta el psicólogo de Psicoopera.

También habla Escribano, que considera que es «muy positivo» que los medios estén hablando más, pero que cree que se tendría que focalizar diferente» con el fin de no «culpabilizar a la ciudadanía». «Se tienen que ofrecer soluciones colectivas que sean capaces de activar los cambios y que nos hagan querer hacer cosas, no quedarnos en casa llorando por el futuro que no tendremos», sostiene.

Buscar caminos colectivos

Escrivà es crítico con «todas aquellas soluciones mercantilistas basadas en comprar», y recuerda que «somos ciudadanos antes que consumidores». Por eso apunta que las decisiones individuales más importantes son aquellas que se basan en «ensanchar fronteras», y a partir de aquí «transformar la realidad más inmediata». «Una decisión personal tiene que ser conectar con otras personas y exigir cambios, vivimos en una sociedad formada por personas que tienen que provocar aquellos cambios que quieren ver».

También son partidarios de la misma idea Sara y Julen, que recuerdan la importancia de los gestos. «Hacer pequeñas cosas te puede ayudar a sentirte un poco mejor, estar concienciado, porque también puede marcar una diferencia en tu entorno», dicen. También destacan el impacto en uno mismo. «Buscar alternativas y entender otra manera de vivir, mientras se hace se está aprendiendo y cogiendo las herramientas para encontrar otras formas de hacer las cosas, aquí está el poder», creen.

Finalmente, con respecto a la vertiente más terapéutica, Rivera habla de trabajar desde una visión global y tomar distancia. «Trabajar elementos como la relajación, la respiración... para intentar llegar a niveles de estabilidad emocional», concluye, «a partir de aquí se tiene que trabajar en la auto-responsabilidad, nivelar aquello que uno mismo puede hacer en el día a día y asumir que más allá de eso se tiene que trabajar también de forma colectiva».

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