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Clero

El número de curas cae un 16% en seis años en Cataluña y el de catequistas baja casi a la mitad

El rector del seminario de Barcelona ve un avivamiento espiritual y admite que Europa necesita curas de fuera

El arzobispo también remarcó la autenticidad del Pontífice.

El arzobispo de Tarragona, Joan Planellas, dirige una eucaristía en la Catedral de TarragonaCedida

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El número de curas en Cataluña ha caído un 16,3% en seis años, según datos de la Conferencia Episcopal Tarraconense. El año 2023 constaban 1.313 curas, delante de los 1.569 del 2017. Con respecto al total de religiosos, el año pasado había 3.773 mosenes, monjes y monjas, y otras personas relacionadas con la Iglesia, delante de los 5.764 registrados del 2017.

En la misma línea, el número de catequistas ha bajado un 47%, de 7.758 en 4.097. El rector del Seminario Conciliar de Barcelona, Salvador Bacardit, admite a la ACN la bajada del sentimiento religioso, y por eso cree que Europa tiene que recibir religiosos de otros continentes. Al mismo tiempo, sin embargo, cree que hay un avivamiento de la espiritualidad en general.

En una entrevista con la ACN, Bacardit reconoce que en casi toda Europa, y quizás en Cataluña un poco más, «se ha enfriado la religiosidad» y las tradiciones católicas se han ido perdiendo, excepto algunas manifestaciones más culturales, como la Navidad o la Semana Santa. En cambio, sin embargo, cree que la espiritualidad en general no ha disminuido, sino que incluso ha aumentado, vinculada al bienestar emocional, la psicología, la vida interior y la salud mental.

Esta disminución de la religiosidad se ha traducido en una reducción de la presencia pública del catolicismo, excepto en momentos puntuales, como la visita del papa Benedito XVI a Barcelona el año 2010 o las jornadas mundiales de la juventud en varias ciudades. Bacardit también vincula esta disminución de la visibilidad pública de la religión al carácter «sobrio» de los catalanes, alejado de expresiones religiosas más festivas como a Andalucía o América Latina.

Otro de los factores que cree que favorece el descenso de vocaciones religiosas, e incluso de las bodas por la Iglesia, es que los jóvenes de ahora son más «reticentes a una opción para toda la vida». «Hoy día todo es más provisional, los trabajos, las amistades, las inquietudes; todo es mucho más inestable, todo está mucho más fragmentado», opina, y añade que «esta dificultad en escoger una opción para siempre hace pensar, y hace que muchos no den este paso por una cierta inseguridad».

También cree que la bajada de la natalidad ha perjudicado tanto la participación en ceremonias religiosas como las vocaciones religiosas. No obstante, también admite que el catolicismo está creciendo en el África y sobre todo en el Asia, además de la América Latina, y que muchos de sus ciudadanos acaban migrando a Europa, tanto ciudadanos laicos como religiosos. «Durante muchos años hemos ido nosotros a evangelizar como misioneros en estos continentes, y ahora Europa es país de misión», resume.

Posibles respuestas

Para revertir esta situación, el rector del seminario cree que la Iglesia católica no tiene que hacer propaganda ni proselitismo, pero sí «explicitar» el sentido que tiene para los cristianos la espiritualidad. «Lo tenemos que vivir y hablar sin complejos, tenemos que decir que es un camino que tiene sentido», observación. «Hoy todavía es una opción válida, aunque el ambiente no acompañe mucho, aunque sea ir contracorriente», afirma.

En este sentido, dice que la Iglesia tiene que plantear su mensaje «en positivo». «Nosotros decimos que lo que hace más feliz, lo que da más sentido a la vida es poder confiar siempre en una persona, aunque cueste, que haya momentos de crisis; si uno va avanzando en este camino, es una propuesta de realización humana, espiritual, que tiene sentido,» asegura.

Admite que a la Iglesia a menudo le cuesta explicarse bien y se refugia en su «zona de confort» para evitar las críticas externas o intenta pasar desapercibida en una sociedad «adversa», que a menudo destaca más los aspectos negativos de la institución. «No se trata de hacer propaganda, pero sí que tendríamos que ser más valientes y plantearlo en positivo», concluye. De hecho, considera que hay parte de la población que no conoce a fondo la realidad de la Iglesia actual, que tiene ciertos «prejuicios» desactualizados por una historia personal o familiar negativa con instituciones religiosas. Incluso, el respeto que se tenía a los religiosos hace unas décadas y que se mantiene en otros continentes, se ha perdido en Europa y se llega incluso al insulto o la agresión en casos puntuales, explica.

Otra de las posibles soluciones a la bajada de vocaciones religiosas, e incluso de asistencia a ceremonias religiosas, es justamente la llegada de recién llegados. Seminaristas o sacerdotes de fuera llegan a Cataluña para acabar de formarse y ayudar en algunas parroquias, y algunos se quedan definitivamente. La Iglesia catalana recurre a sacerdotes venidos directamente de otros países o hijos de inmigrantes llegados aquí con sus familias. Vienen sobre todo de la América Latina, pero también del África subsahariana y el Asia.

«Para ellos y para nosotros es una riqueza, ellos tienen que hacer un esfuerzo de adaptación a la cultura, en las lenguas, pero se acaban adaptando muy bien», asegura. De hecho, estos curas recién llegados también son un buen vehículo de integración de los migrantes de sus propios países o zonas geográficas. Algunas comunidades tienen sus propios curas del mismo origen y siguen celebrando rituales propios de allí, pero eso mismo también los sirve para ir integrándose en las celebraciones propias de cada parroquia, como una vía más de integración en la sociedad catalana y para no distanciarse de la Iglesia católica y acercarse a la evangélica, que también tiene ceremonias festivas. También algunos hijos de migrantes empiezan a entrar en los seminarios.

Uno de los aspectos en los cuales se tienen que adaptar más es en la manera de hacer las ceremonias, ya que en el África o la América Latina son más musicales y festivas, y en Cataluña son más «sobrias y serias». Al principio a a los sacerdotes los sorprende, pero se acaban adaptando y también hacen más atractivas las celebraciones para los migrantes de sus países o incluso para catalanes de origen que quizás encontraban «aburridas» las ceremonias más tradicionales.

Un cura ruandés en Vila-seca

Un ejemplo de estos curas venidos de fuera es el caso de Jean Marie Vianney, procedente de Ruanda. Desde hace unas semanas es el nuevo mosén de la iglesia de Sant Esteve, de Vila-seca (Tarragonès). Él considera que es fundamental el ámbito familiar y educativo para fomentar las vocaciones religiosas.

Hace un año, decidió dejar su país para incorporarse a las diócesis españolas. El cura explica que sintió su vocación religiosa desde bien pequeño, cuando tal solo tenía cinco años. El hecho de que su familia fuera religiosa y que fueran siempre a misa ayudó. «En el genocidio esta idea desapareció, pero cuando empecé la secundaria entré en el grupo vocacional, donde hablábamos de la Biblia, de los santos», detalla en una entrevista a la ACN. Finalmente, decidió entrar a formar parte de la congregación de los misioneros del Sagrado Corazón de Jesús y Maria.

El clérigo, de 44 años, asegura a su país hay «mucho entusiasmo» entre los creyentes. «En Ruanda cantamos, incluso bailamos, hay muchas corales, entre cinco o seis, en una misma parroquia», expresa. Lamenta que la situación en las iglesias catalanas es bien diferente y señala que la diferencia es «grande» porque aquí las misses son «mucho más tranquilas». «No hay mucha gente, al menos no tanta como en Ruanda», añade.

Asimismo, confiesa que le gustaría que tener una iglesia con cristianos «dinámicos». «El problema no es la cantidad, el problema es los cristianos convencidos, si somos cinco o siete podemos cambiar todo el barrio. Tenemos un lenguaje de amor, de caridad, que podemos ayudar a una persona enferma, visitar a una anciana, rezar por un difunto, saludarnos como hermanos, y hacer crecer una cultura del amor», asevera.

«Conjugar la ciencia y la fe»

Para Vianney, la reducción del número de practicantes y religiosos se debe al proceso de secularización que vive el catolicismo desde el siglo XVIII. «Eso ha impactado mucho en la fe católica en Europa», afirma. En este sentido, reflexiona que el problema es «conjugar» la ciencia con la de fe. «La gente piensa que la fe es el enemigo del progreso y eso ha impactado mucho en la manera de entender y practicar», observa. Por eso, considera que el ámbito familiar es muy importante para fomentar las vocaciones religiosas entre los más jóvenes.

«El niño va incorporando estos valores de fe, si no se practica no habrá vocaciones», remacha el rector. También apunta que es relevante el ámbito educativo para potenciarlas. «Crecí en una escuela donde había grupos vocacionales, que ayudan a comprender que hay fe. También hay ciencia, las dos son alas complementarias. Es decir, cuando uno reza, también se desarrolla», insiste.

Seminarista desde los 12 años

Pau Camacho es un joven seminarista barcelonés de 22 años que está vinculado a la institución desde que tenía 12. Todo empezó con una grave lesión jugando a fútbol que lo dejó «mucho tiempo sin poder caminar» y, para no estar en el patio sin poder participar de las actividades con el resto de niños, en su escuela, Pare Manyanet de Sant Andreu, le propusieron hacer de monaguillo a las misas del centro educativo. Unas convivencias durante el verano lo acercaron al seminario menor –para adolescentes de menos de 18 años–, y con 12 años decidió entrar, cosa que implicaba pasar todos los fines de semana con la comunidad, durmiendo de viernes a domingo.

Cuando hizo la selectividad y cumplió 18 años entró en el seminario mayor, convirtiéndose en lo único de su generación que lo hizo. «Sentí la llamada», explica en una entrevista a la ACN, destacando la importancia de tener un director espiritual para ayudarlo a «saber identificar las señales». Pau, que aspira a ser cura diocesano, explica que durante la mañana hacen el laudo juntos, la misa y clases de filosofía y teología.

Después de comer, dedican la tarde a estudiar y, dos vísperas a la semana hacen deporte y también ven el fútbol por la televisión. «Es un buen momento para hacer un poco de comunidad», expresa. «No somos gente rara, al final hacemos de todo», añade Pau, que explica que a veces hacen «salidas de comunidad», como una reciente en Solsona, ya que cree que uno de los «pilares» del seminario es la vida en común, aparte de «discernir la vocación». Algunas de las actividades del Seminario Conciliar de Barcelona, que da servicio en la diócesis de la capital y a la de Sant Feliu de Llobregat, se hacen conjuntamente con los miembros del Seminario Interdiocesano de Cataluña, que también tiene la sede en Barcelona y representa en las diócesis de Tarragona, Gerona, Solsona, Urgell, Vic, Lleida y Tortosa.

Los fines de semana, cada seminarista está destinado en una parroquia, donde desarrolla actividades, como la catequesis, un recreo y una misa de jóvenes, y ayuda a la misa del domingo antes de volver al seminario por la noche o el lunes por la mañana.

«Futuro esperanzador»

Según Pau, Dios sigue llamando a los jóvenes, pero algunos no lo tienen claro o prefieren primero hacer una carrera universitaria y después plantearse el camino del seminario. De hecho, según él, hoy «se está volviendo a unos niveles de fe» que se habían perdido en los últimos años, todo y admite que todavía están lejos de hace unas décadas. Camacho habla de un «futuro esperanzador» después de la última Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Lisboa el año pasado, o del último remanso por vocaciones organizado por la Delegación para la Juventud en Cataluña. «Tengo la gran esperanza puesta en el Señor, que sigue gritando y cada vez espero que vayamos recuperando una pizca los números», afirma.

Con respecto a la llegada de curas extranjeros para suplir la falta de locales, Pau cree que «enriquece mucho conocer otras culturas y otros puntos de vista», pero «sin olvidar la cultura de aquí». Además, cree que en otros países, como a Latinoamérica, «hay más respeto» hacia los mosenes, cosa que aquí quizás se ha perdido un poco.

Unión de seminarios y otras formas de colaborar con la Iglesia

Bacardit explica que en toda España se fomenta que los seminarios de cada diócesis se agrupen con otros, a causa del bajo número de seminaristas. Eso ya ha pasado con muchas órdenes religiosas, que han agrupado sus demarcaciones provinciales, pero cuesta más que pase entre los obispados. En Cataluña hay tres seminarios: el del Obispado de Barcelona, el de Terrasa y el del resto de diócesis. Pero todos los seminaristas, unos 60 en toda Cataluña, estudian conjuntamente en Barcelona, aunque el resto de la vida diaria lo hagan por separado.

Otra vía para revertir la falta de vocaciones religiosas, según el rector, es fomentar la participación de los feligreses en sus parroquias. Se puede hacer de muchas maneras, como el voluntariado en Cáritas, acompañar enfermos o ancianos, hacer catequesis para niños, gestionar la economía de una parroquia o ayudar en las liturgias. De hecho, Bacardit explica que una parte de estas personas quieren ayudar y comprometerse, pero al mismo tiempo mantener su trabajo o familia, y por eso muchos feligreses laicos acaban colaborar de una manera u otra. Entre otras vías de colaboración también existe la posibilidad del diaconato permanente. Los diáconos pueden oficiar bodas y otros sacramentos, pero no eucaristías.

Bautizos y matrimonios católicos caen en un tercio y las comuniones, un 44%

Los diversos sacramentos también se han desplomado en los últimos tiempos, en especial, las primeras comuniones. Si en el 2017 se celebraron 17.248, el año pasado constaban 9.651 (-44%). Los bautizos son desde hace años la ceremonia más popular, pero también van a la baja: de 19.856 hace siete años, en 12.835 el año pasado, un 35% menos –la natalidad también ha caído, todo y que más ligeramente, un 19%.

Les confirmaciones han caído un 22% desde el 2017, por debajo de las 5.000, y siguiendo la misma tendencia, los matrimonios católicos han experimentado una bajada del 30% desde los 4.002 en el 2017 hasta las 2.798 en el 2023. En el mismo tiempo, sin embargo, el total de enlaces se ha mantenido estable, oscilando entre los 26.000 y los 30.000 cada año exceptuando la sacudida de la covid.

Alrededor de nuevo de cada diez matrimonios son civiles, una proporción que no ha parado de crecer desde que se normalizó en la Constitución española de 1978. El punto de inflexión fue durante la primera década de este siglo, ya que en diez años los enlaces no religiosos pasaron de ser un tercio del total a representar tres cuartas partes.

Les pares de hecho se duplican en cinco años

Por otra parte, el número de parejas de hecho se dispararon en el 2023, y superaron por primera vez los matrimonios, con 34.740 procedimientos. Se trata de un aumento de más del doble de inscripciones a cinco años, ya que el año 2018 se registraron 14.892. De hecho, el crecimiento era sostenido hasta el 2022 (20.388), pero el año pasado fueron al alza de manera más significativa.

De los tres supuestos en que dos personas se consideran pareja de hecho, según el artículo 234-1 del Código civil catalán, la de formalizar voluntariamente la relación en escritura es la más típica, en más de un 90% de los casos. Los que lo hacen argumentando una convivencia de más de dos años no llegan al 10%, y los que lo hacen porque durante la convivencia han tenido un hijo en común se quedan en el 1% de los casos.

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