«Sant Jordi se ha desvirtuado de una manera brutal»
Júlia Secall pertenece a la tercera generación de una estirpe de libreros vallenses. Para la librera, el afán de publicar de las editoriales acaba enterrando los libros de fondo y los ‘bombonets’ que los libreros, con su olfato, son capaces de descubrir entre la avalancha de libros publicados cada año.
— ¿En qué consiste el trabajo de librero, más allá de vender libros?
— Al intentar mantener la librería llena de un fondo de calidad con unos indispensables en los cuales nosotros y la gente creemos. Son los que justifican nuestro trabajo, porque estamos inmersos en la dictadura de las novedades: todo lo que llega, que son montañas, entierra lo que realmente has escogido y crees que tiene que estar en una librería.
—¿En esta época todavía más?
—Sí, estoy pensando en Sant Jordi, en qué llegan muchos, demasiados títulos, que no tienen vida garantizada en las librerías. En el momento de abrir la caja tienes muy claro que aquel libro tiene las horas contadas. Estos, a veces, dificultan nuestro trabajo como libreros, porque la gente está muy influenciada por los medios de comunicación. Por Sant Jordi siempre hago dos pedidos: una es la de los libros que yo venderé, y la otra la de los libros que la gente comprará. A veces pueden coincidir, y a veces no.
—Tienes que tener de todo, pues.
—La clientela fidelizada coincide con lo que compro para vender, pero tengo que pensar también en toda la gente que estos días pasa por nuestros puestos, que no son lectores y clientes habituales, y tengo que tener también su oferta. En mi caso soy muy respetuosa con los lectores. Pienso que la gente tiene que leer, lo que sea. Hay libros para todo el mundo. No quiero caer en la trampa de ‘según qué, no’. Naturalmente, en el escaparate hay cosas que no las pongo. Pero si me viene una persona y pide alguna cosa que yo no me compraría, le tengo que poder ofrecer.
—¿Esta es la clave de vuestro trabajo?
—Nuestro trabajo es ser dinamizadores de los libros, darles vida, que se muevan, haciendo presentaciones, charlas... y no siempre de novedades. A veces para libros muy significativos intentas montar una historia alrededor para que otros relacionados vean involucrados y se hable de diez libros al mismo tiempo, que un libro te lleve a otro.
—¿Cada librería es diferente?
—Sí. El contenido de las librerías lo hace el librero. Hay libros que tu ética librera los veta un poco la entrada. Lo cual no quiere decir que si alguien te lo pide con el servicio rápido puedas satisfacer el lector. Cada librería tiene supedigrí , aunque con el alud de novedades y las influencias mediáticas hay unos títulos que son uniformes. Pero el resto de libros son los que dan tupedigrí , que coincide con otras librerías también.
—¿Cómo se viven los días previos a Sant Jordi?
—Muy mal. Con grandes dosis de paciencia, café e ibuprofeno. Y con discusiones. Perdemos mucho tiempo haciendo reclamaciones. Siempre te queda la compensación en que es un día bonito y que se mueven muchos libros, quizás no tantos como querrías, o los que tú querrías, pero se mueven muchos. Es un trabajo muy pesado, y aunque parece muy ágil, no lo es, nosotros los pedidos los hacemos mucho a la avanzadilla, a finales de febrero, pero tardan mucho en servirte, todo viene al mismo tiempo y no te llega nada de lo que tú querrías. Nos volvemos locos, empiezan a sonar nombres que no siempre son los mejores...
—Pero la gente te los pide.
—Resulta que tú tienes ‘bombonets’ al lado de estos ‘xupa-xups’, y la gente te acabará pidiendo los ‘xupa-xups’. No puedes decir que no los tienes, porque vendiendo aquello puede pasar de que aquella persona, si ha disfrutado con la lectura, te venga a ver. Entonces tú, como librera, dices ‘¡ahora es la mía! ¿En lugar del ‘xupa-xup’, por el que no te comes este ‘bombonet’? Esta es la pedagogía del librero.
—¿Cómo os condiciona el hecho de ser una librería pequeña?
—El día de Sant Jordi no lo vivimos de manera bonita, porque vamos muy condicionados. Nos tenemos que enfadar mucho, no recibimos el mismo trato que los grandes, ni tampoco con respecto a lugares donde habitualmente no tienen libros. A mí no se me ocurriría ir a comprar un libro en el Media Markt y me están llegando libros marcados con el código de este lugar. Hombre, pues no. Libros, en las librerías. Carne, en las carnicerías.
—¿En qué sentido os perjudica, esta competencia desigual?
—Para nosotros supone un esfuerzo económico y de espacio mantener un fondo en la librería, y vemos que a la hora de 'escampar' libros, 'n'escampen' por todas partes, y eso es feo. Yo para tener aquí a la Mercè Rodoreda que me haga compañía tengo que vender diez títulos de libros que no estarán dentro de diez años. Y si estos libros que tengo que vender están diseminados por lugares que no son librerías, ‘cagada pastoreta’.
—¿Sant Jordi es un día atípico para un librero?
—La gente aquel día me ve muy mareada. Tengo muchos amigos que me vienen a ayudar. El día antes hacemos la previa con un ‘vermutet’ y los explico todo lo que he comprado porque quiero vender, y todo lo que he comprado porque la gente lo comprará. Tocan físicamente el libro, y les hago la logística de los libros que se pueden recomendar según los lectores. Por Sant Jordi, yo, que soy la librera oficial (los otros son libreros residentes) soy la única que no vende libros. Es el día que hago menos de librera.
—¿Se publica demasiado?
—En exceso. Pero un exceso escandaloso. Siempre digo que, si me tocara la lotería, pagaría unas vacaciones en Hawai a todos los editores medio año antes de Sant Jordi. No podrían editar nada, y así moverían el fondo que tienen. Con los libros que tengo en la librería podría montar un puesto, no haría falta que editaran nuevos libros en muchos años. Los editores tienen una programación estable de publicaciones; en enero, febrero y marzo están publicando un montón de libros, y entonces hacen un boletín de Sant Jordi, que dicen ‘Las apuestas’. Y libros que han salido en enero, febrero y marzo no son apuestas. Entonces, no hace falta que los editen. Lo que hacen es hacer pilas, y uno entierra al otro. A veces no podemos hacer que la gente vea físicamente los libros, porque los libreros no somos millonarios, no tenemos naves para ponerlos.
—¿Los editores recomiendan, pero al final escogen a los libreros?
—Dicen que los libreros tenemos una especie de sexto sentido, a veces se te enciende una lucecita y detectamos cuando una cosa tiene que funcionar. Entonces te viene el comercial y haces el pedido de Sant Jordi, y puede ser que pidas un libro que ha salido en enero y no esté incluido a su lista de apuestas. Dices que quieres veinte, y te dicen ‘Te has devuelto loca’!. Después, como esta ‘nariz’ de los libreros no siempre coincide con las ideas de los editores, ellos hacen una tirada, y resulta que en abril, como ha habido muchos libreros con aquella pizca de ‘nariz’, esos veinte que tú has pedido, que era una apuesta tuya, no te los sirven, y te dicen ‘es que ahora me lo pide todo el mundo’. Pero ostras, yo lo pedí cuando no creían, cuándo no era una apuesta de Sant Jordi, porque que para mí sí que lo era. Eso es lo que más malicia me hace.
—¿Se publica mucho y se lee poco?
—Pienso que Sant Jordi se ha desvirtuado de manera brutal. Tampoco se lee tanto. Todo el mundo acaba con una uniformidad de lectura que me revienta mucho. Como me revientan las recomendaciones de RAC1. Yo sé cuando Jordi Basté ha recomendado un libro, porque la gente viene por la tarde y me lo pide. ¿Pero yo les digo ‘¿Es para ti? Pues no lo cojas’. Y me dicen ‘Ostras, es que el Basté ha dicho que es buenísimo’. ¿Sin embargo, cuántos libros te ha vendido a ti, el Basté? Ninguno. Estas recomendaciones hacen mucho daño. Y lo más importante: matan lectores. Cuando recomiendan, no conocen el receptor de aquel libro. Quizás lo irá a comprar, y pensará que si aquello es buenísimo, lo que es malo debe ser infumable.
—Un trabajo difícil, la de captar lectores.
—Pienso que Sant Jordi es un día para captar lectores. Tienes que saber qué les puedes dar, los tienes que hacer descubrir que sí que les gusta leer. Si no, se comen según qué aquel día, y ya han cubierto el expediente. Pero si acabas un libro bueno, siempre te queda aquella ansia. Y este es nuestro trabajo. Pero la mitad de medios de comunicación y la mitad de editores hacen que eso no sea posible. Quizás nos tendríamos que sentar todos. Pero al final acabamos vendiendo lo que queremos nosotros: hay libros que no entrarán nunca más aquí, porque no son libros, son productos.