Sarral quiere reabrir las antiguas pedreras para impulsar el negocio del alabastro
Pequeños talleres y grandes empresas históricas del pueblo se reinventan en un buen momento para el sector
Sarral se plantea volver a explotar las antiguas pedreras de alabastro, en desuso desde los años sesenta. Este municipio de la Conca de Barberà, siempre atado al negocio de este mineral traslúcido, quiere reivindicar su vigencia. El sector, que cumple cien años de la apertura del primer taller, vive un momento dulce, si bien lejos de la época de esplendor en que había hasta una cuarentena de negocios en marcha que daban trabajo a 600 trabajadores. Ahora sólo quedan seis abiertos, entre pequeños talleres, artesanos y grandes fábricas. Todos ellos han tenido que aplicarse un 'resset' y superar aquellos años pasados en que el alabastro se utilizaba básicamente en figuras decorativas y columnas iluminadas. La empresa Alabastres Alfredo exporta al mercado americano y asiático, donde se promueve como piedra de lujo para la arquitectura más minimalista, mientras que los pequeños artesanos también buscan nuevos usos. Del alabastro se hacen joyas.
El Ayuntamiento, asentado sobre un edificio de alabastro que da crédito de la importancia de esta piedra en el término, quiere crear una nueva marca propia para otorgar prestigio a un alabastro que se caracteriza por unas vetas oscuras que lo hacen único. A la espera de la reapertura de las pedreras, el Ayuntamiento va agotando la reserva de piedra que pone a disposición de los empresarios locales. Queda por cubrir las necesidades para un año y pico.
Desde la Conca de Barberà en Igualada se extiende uno veta de yeso que, justo entre los pueblos de Pira y Sarral, se cristalizó y se convirtió en alabastro. Fue en el año 1917 que se creó el primer taller en Sarral, de la mano del francés Maurice Raüd y del italiano Víctor Arcangioli. Así arrancó un negocio artesano que ha pasado por varias etapas. Ahora la voluntad es recuperar los orígenes, trabajar la piedra de Sarral y volver a la explotación.
Explotar las pedreras: voluntad con pesar
En una entrevista al ACN, el alcalde de Sarral, Josep Amill, confirma que la intención es abrir, al menos, una pedrera de la decena que todavía presentan el corte abierto. Se estima que hay más, escondidas entre cultivos de viña y árboles frutales. En los años sesenta los talleres empezaron a adquirir piedra de Aragón -de un tono más blanco- y en los setenta las pedreras de Sarral cayeron en desuso. Hasta que se encerraron en su totalidad.
El consistorio está dispuesto a abrir una pedrera y asumir la explotación para suministrar alabastro. Reabrirlas, sin embargo, también plantea temores. «La demanda justifica la apertura, pero una cosa es extraer piedra para los artesanos y otra para los dos grandes talleres del pueblo, que necesitan mucha cantidad», dice. Tienen miedo de engancharse los dedos y el consistorio tiene que sopesar las posibilidades de garantizar la materia prima.
Mirando a Asia
Alabastres Alfredo es uno de estos dos grandes talleres. Creada el año 1969, la empresa se ha tenido que reinventar. Detectó que un sector muy tradicional como el alabastro podía tener cabida en el mundo de la arquitectura contemporánea y empezó a establecer relaciones con los principales despachos de arquitectos de las principales ciudades europeas. Exporta el 90% del producto, con un crecimiento del 25% anual en volumen de ventas.
Con la mirada puesta primero en Europa y Estados Unidos y ahora más reorientada hacia China, vende materia prima y productos elaborados, entre los cuales los paneles iluminados son el producto estrella. La empresa se cubrió de una red de diseñadores 'freelance' y presume de haber creado desde unas esferas de alabastro para 130 tiendas de Louis Vuitton en Francia a decorar parte de la 'suite' presidencial del lujoso hotel Mandarin en París.
La apuesta por la innovación
«Estamos intentando que sea tratada como una piedra de lujo, y es que, como piedra natural e iluminada, no tiene competidores», afirma Rafel Tatay, gerente de la empresa. El redescubrimiento para un uso contemporáneo ha ayudado a pasar página a una etapa pasada en que el alabastro se utilizaba para 'souvenirs' y no le hizo ningún bien, según Tatay. Ahora la empresa quiere invertir recursos en maquinaria especial para aplicar la tecnología del mármol.
«Nos hemos asentado sobre una base muy sólida, y crecemos, poco a poco, pero crecemos a través de la innovación», añade Damià Amorós, comisario del Año del Alabastro de Sarral, 2017. Amorós coincide en que muchos jóvenes asocian el alabastro a piezas decorativas poco útiles y que la clave radica en que el material resulte de nuevo «atractivo» y despierte «deseo» entre nuevas generaciones. Por eso se quiere etiquetar el alabastro con el plus de marca propia.
De hecho, la Generalitat ha reconocido al artesano del alabastro como Oficio Singular de Cataluña. De los 600 trabajadores de la época de esplendor ahora quedan cerca de un centenar, entre los seis talleres operativos -entre grandes fábricas y pequeños escultores-, que moverían un volumen de negocio de entre 2 o 3 millones de euros. «No hay ningún producto que exporte tan lejos -al margen de los manufacturados- desde un pueblo tan pequeño», sentencia Amorós.
Mantener la artesanía
Aparte de los talleres exportadores, el sector del alabastro también lo conforman los pequeños artesanos que también se las ingenian para hacerse un lugar en el mercado. «Tocaba hacer un resset», afirma Mireia Magre, una joven artesana sarralenca. Transforma los grandes bloques de alabastro en pequeñas joyas singulares. «Me gustaba la idea de que el alabastro se pudiera llevar encima, como joya; es un trabajo de calidad, poco visto y que tiene mucha aceptación», dice.
Confiesa que esta pasión por el mineral la lleva «en la sangre». Desde bien menuda ha presenciado su padre trabajar en el taller. Isidre Magre se encarga del Museo del Alabastro. En sus tres plantas se conserva la maquinaria de un antiguo taller de principios del siglo XX, en piezas que fueron a la Exposición Universal de Barcelona, pasando por figuras insólitas, desde un trenecito en marcha en un coche de casi un metro de longitud.
Es una reproducción del 4x4 de su hijo. Pesa 40 kilos, le costó cuatro meses de trabajo y dice que no tiene precio. En el museo se exponen hasta 3.000 objetos. Aparte, sin embargo, también se montan talleres donde se enseña a trabajar la piedra. «En los 10 últimos años se ha innovado mucho más que en los 90 años anteriores y ahora tenemos un mercado muy bueno, pero la máquina no lo puede hacer sola, siempre hará falta el artesano detrás», concluye Magro.