Forcadell, la «revolución feminista» de Mas d'Enric
La expresidenta del Parlament espera «con ganas» el juicio del 1-O para poder decir la verdad y mientras está en prisión dedica el tiempo a «empoderar a las mujeres»
Carme Forcadell recibe numerosas visitas en los locutorios del centro penitenciario Mas d'Enric. La mayoría, sin embargo, no se hacen públicas. Quiere ser discreta, no tiene interés para hacerse notar. Hace ya diez meses que está en la prisión, seis de los cuales los ha pasado en la celda que ocupa ahora. La ACN ha podido hablar con ella después de meses sin atender medios catalanes ni españoles, comprobando cómo la expresidenta del Parlament se ha marcado el reto «de empoderar» a las treinta y dos mujeres con las que comparte módulo. Forcadell ha hecho del feminismo el centro de su día a día, intenta que las otras internas reflexionen sobre su papel como mujeres dentro y fuera de Mas d'Enric, ha conseguido que se organicen para reivindicar derechos y cuestiones más materiales, les enseña a hacerse valer y a sentirse orgullosas, y ha montado un sistema participativo para que escojan representantes. La expresidenta ha llevado la política a la vida de la prisión, y lo ha hecho para intentar acabar con el machismo. «Haremos la revolución feminista aquí dentro», asegura satisfecha y con iniciativa desde el locutorio donde recibe las visitas. Mientras, los días pasan y se acerca la fecha de su juicio. Tiene «muchas ganas» que llegue, de poder pasar esta página. Ha dedicado muchas horas a estudiar su defensa pero tiene muy claro que lo tiene «muy fácil» para prepararla. «Sólo tengo que decir la verdad», afirma.
Forcadell recibe la visita de la ACN justo después de la de dos periodistas de la Europa del este. Salen emocionadas después de escucharla. Ella les da las gracias por su trabajo hasta seis veces antes de despedirse. Inmediatamente después, da la bienvenida a los nuevos «invitados». Después de tantos meses, tiene el ritual de las visitas aprendido. Mantiene la conversación serena, con sentido del humor, muy segura de lo que explica y con la misma fuerza en sus convicciones que la llevaron a la presidencia del Parlament. Viste un jersey rojo y una americana oscura, en la que resalta una pequeña rosa amarilla, símbolo de la libertad de los presos y las presas independentistas. «Aquí dentro la llevo siempre», detalla. Va ligeramente maquillada, y muy bien peinada.
De hecho, explica con satisfacción que puede lucir este pelo porque entre todas las presas de Mas d'Enric han conseguido tener secadores. El centro penitenciario tiene una población reclusa de casi 800 personas, y sólo 33 son mujeres. «La prisión es reflejo de la sociedad. Como la sociedad es machista, la prisión también. Está todo pensado para los hombres», dice con un punto de indignación. Y es por eso que desde que está cerrada, ha decidido hacer de su día a día una pequeña «revolución feminista». «Las mujeres aquí son menos y eso hace que estén discriminadas por ser mujeres, discriminadas por no ser tan delincuentes», añade.
Pasa parte de su tiempo hablando con las otras reclusas, y eso la ha llevado a comprobar como «muchas de ellas, si hubieran tenido una oportunidad en la vida, no estarían aquí dentro y no serían como son». Y es que Forcadell asegura sorprendida que la mayoría de las internas «son muy machistas, no saben la fuerza que tienen como mujeres». Al entrar, comprobó que tenían carencias «que no eran de recibo». No se podían duchar después de hacer deporte por incompatibilidad con los horarios de los hombres. No tenías secadores de pelo. Ninguno de los lugares de encargado de los grupos de trabajo –que comparten con los hombres- estaba ocupado por una mujer. Incluso los hombres se imponían impidiendo que una presa que sabe conducir carretillas elevadoras pudiera hacerlo con la que utilizan dentro de la prisión. «Eso se ha acabado, las estoy empoderando a todas», dice sonriendo.
Para poder conseguir cambiar ciertas tendencias –y algunas de las actitudes machistas de las propias presas-, Forcadell ha llevado la política más básica a Mas d'Enric. Junto con algunas compañeras, y con el apoyo de la dirección del centro, ha creado tres comisiones para poder reivindicar pequeñas mejoras y, de paso, organizar a las mujeres para que sientan que pueden cambiar su mundo. Desde la llegada de Forcadell, las reclusas se dividen entre las que se han apuntado a la comisión de Acogida, las que participan en la de Cultura y Deporte, y las que forman la de Trabajo, donde está la expresidenta. «Es la más dura», afirma. Ha conseguido convencer a tres internas para que lideren cada grupo, y ha organizado una especie de elecciones para escoger a «una delegada» que llevará las reivindicaciones a la dirección del centro. «La semana que viene tenemos la reunión y votaremos la elección», explica, añadiendo que tiene su favorita y está haciendo «campaña por ella» entre las presas.
De momento, algunas mejoras que ha impulsado ya se han notado, y las mujeres le agradecen. «Les hago como de delegada sindical, pero ellas se tienen que saber organizar como mujeres que son», asegura. Y es que es consciente que en breve tendrá que volver a Alcalá Meco para asistir al juicio del 1-O y quiere asegurarse de que «ellas se quedan bien empoderadas». «Me preguntan si cuando se marche volverán a estar sin secador, por ejemplo. Ya les he dicho que no, que los derechos los han adquirido», detalla al hablar de las internas.
Forcadell es conocida entre las presas. «Ya sabían quién era. Casi todas son de aquí», asegura. Aunque las presas no le preguntan detalles sobre su caso, creen en su inocencia. «Me dicen que saben que no he hecho nada, que somos presos políticos», afirma, mientras explica que cada vez que ven imágenes suyas en la televisión gritan hasta que ella acude. «Me avisan y me dicen que lo tengo que ver por si dicen alguna cosa nueva de nuestro caso», comenta con ternura.
Cuando habla del juicio no puede evitar admitir que, en el fondo, tiene esperanza de que sirva para dejar la prisión pronto. «Fuera puedo hacer más trabajo que dentro», asegura. Y es que la expresidenta tiene ganas «de hacer vida normal y tranquila». De hecho, para cuándo deje la prisión ya tiene planes. El momento vital por el que pasa y la experiencia que está teniendo con las presas la llevan a querer dedicarse a la lucha por los derechos de las mujeres. «La construcción de cualquier proyecto de país tiene que ir ligado a la liberación de la mujer», dice.
Al acabar la conversación, se despide con una gran sonrisa, agradecida y con una naturalidad y un «ya os seguiré por los medios» que incluso provoca escalofríos. La prisión no ha estropeado su fuerzainterior. Cuanto menos, eso es lo que transmite. Marcha del locutorio con prisa. Es la hora de la cena. «Seguro que hay yogur de postre, no hay demasiada variedad en eso», lamenta. Tira besos al aire y marcha con la funcionaria todavía despidiéndose con la mano.