Sociedad
La Conca de Barberà se esfuerza por cerrar la herida de la riada
Un restaurante de l'Espluga a punto de reabrir, masoveros con ganas de volver a cultivar huerto y ganado y vecinos acabando de limpiar las casas, un mes después de los aguaceros
Los vecinos de la Conca de Barberà trabajan duro para reponerse y pasar página de la riada, como una herida pendiente de cerrar. Se cumple un mes del temporal y los efectos de los aguaceros siguen muy visibles, con troncos, barro, suciedad y destrozos a ambos lados del Francolí a su paso por Montblanc y l'Espluga de Francolí, donde nace el río. En la denominada zona cero de l'Espluga, el propietario de un pequeño restaurante de toda la vida, Les Disset Fonts, hace grandes esfuerzos para poder recuperar el local y la clientela. Cerca suyo hay vecinos que todavía colocan puertas arrancadas por la furia del agua. Fuera del núcleo urbano, los masoveros del último molino habitado de la zona, el molino de Guasch, hacen de tripas corazón después de que la riada se les llevara el ganado, campos enteros de avellanos y un huerto que era la envidia del término. Todos ellos intentan remontar en un territorio donde la solidaridad se ha abierto paso en medio del caos.
En este territorio arrasado por un río sin control, desborda la solidaridad. Este viernes se celebra un concierto extraordinario en el monasterio de Poblet y arrancan toda una serie de actos -más de una veintena-, organizados por la iniciativa ciudadana bautizada como Riuada Solidària. Desde el meteorólogo Tomàs Molina a grupos como Buhos y la banda de Joan Reig se han sumado a la Riumuntada, tres días repletos de actividades con la finalidad de recaudar fondos para los damnificados.
La riada se engulló una bodega y un restaurante de l'Espluga, en la zona más afectada que se la denomina zona cero. Allí, unos plataneros actuaron de barrera y evitaron que los escombros del restaurante se llevaran otro por delante, Les Disset Fonts, una fonda con una docena de habitaciones y un comedor para 60 comensales. «Durante este mes lo hemos tenido que rehacer de nuevo, empezar desde cero», explica Joan Carles Llao, el propietario, muy emocionado.
Su familia ha tenido que pedir una segunda hipoteca para afrontar todos los gastos -hasta unos 80.000 euros en pérdidas. El nivel al que llegó el agua, a dos palmos escasos del techo, todavía se aprecia en unas paredes que esperan ser repintadas. Joan Carles, tercera generación que regenta este tradicional establecimiento familiar, recuerda como tuvieron que luchar durante la crisis y que ahora, rehacer, todo el local, también ha supuesto un fuerte desgaste familiar.
Dice, sin embargo, que las fuerzas no flaquearán y ya piensan reabrir el local este puente de diciembre, con la ilusión de recuperar a la clientela. «Tenemos ganas de sacarlo adelante y que la gente vea que volvemos», dice Joan Carles, que piensa trabajar sin cesar, sacrificando incluso el único día que tenía de descanso semanal. La catástrofe ha hecho aflorar también el oportunismo de grupos de vándalos. Algunos inmuebles han sufrido robos. A Joan Carles le robaron todos los radiadores.
A pocos metros, en la misma calle de la Font, un vecino, Josep Maria Olivé, por ejemplo, ha estado durante todo este mes sin la puerta de entrada en casa. La fuerza del agua la arrancó y estampó su coche, boca arriba, al fondo del garaje. Después de un mes sacando barro, ahora ya puede colocar una puerta nueva. La máquina de coser Singer de su madre vuelve a lucir en la entrada. «Hacemos lo que podemos para ir recuperándolo todo, pero todavía queda mucho», afirma.
Pero si hay alguna propiedad gravemente afectada es el molino de Guasch, una masía aislada que antiguamente había sido un molino harinero, en las afueras del núcleo urbano. Viven allí Inés Vergara y Josep Maria Guasch, de 74 y 81 años. La noche de los aguaceros miraban atemorizados tras los cristales de una ventana, sin dar crédito a la virulencia de «un río que parecía un mar», recuerda Inés. La riada se les llevó 80 avellanos, árboles centenarios, frutales, un gran huerto, el gallinero y un rebaño de cabras.
Benvinguda, la cabrilla más pequeña, es la única que sobrevivió, además de una perrita y el magnífico ciprés de veinte metros de altura que se erige delante de la entrada de la masía, todo un símbolo de la finca, que años atrás servía para indicar que en la masía se ofrecía pan y trago. La riada también se llevó un fragmento de la esquina del viejo molino, que fecha de 1150. «Se ha llevado casi una cuarta parte del edificio, incluyendo los vallados para las cabras y las gallinas», dice Josep Maria.
El antiguo molino está al lado del río Milans, un afluente que baja de Vallclara, seco durante meses. «Al menos tuvo una crecida de 3,5 metros de altura y debió ser porque los márgenes del río están demasiado sucios», añade el masovero. Les preocupa no poder afrontar el alcance de todo el entorno estropeado -valoran los daños en más de 100.000 euros. Al lado de la masía, un contenedor de desperdicios es polo de atracción de desconocidos que remueven entre la chatarra para sacar algún provecho.
Esta masía ha sido testigo de anteriores riadas, como la del año 1994. Así lo recuerda una placa en la fachada. Pero no fue tan devastadora como esta, con cinco víctimas mortales y dos personas todavía ahora desaparecidas. Los daños en la comarca se calculan en un mínimo de 16 millones de euros, según el último informe conjunto de los alcaldes -a falta de incluir desperfectos a privados. Arreglar la zona del Pont Vell de Montblanc ya supera los 2 millones.