Comercio
128 años de tradición familiar en Gandesa
Pujol Pastisseries es un negocio familiar que no ha dejado nunca de servir pan a los vecinos de la comarca
Corría el año 1892 cuando el señor Zacarías Pujol, hijo de Rasquera y miembro de una familia de panaderos, vio una gran oportunidad de negocio en el pueblo de Gandesa, una villa que entonces ya era atractiva para el comercio por su ubicación, siendo un lugar de paso.
Así nacía Pujol Pastisseries, un negocio que ha ido pasando de padres a hijos hasta el día de hoy, y que no ha dejado de despachar pan ni en circunstancias tan excepcionales como la Guerra Civil o la actual situación de emergencia sanitaria. Àngels Pujol, besneta de Zacarías y actual propietaria, desgrana la historia familiar: «A uno de los hijos de mi bisabuelo le encantaba lo que hacía su padre, así que cuando se casó, él y mi abuela alquilaron un horno en la calle Miravet de Gandesa. Se decían Joan y Mercè y tenían mucha gente porque amaban mucho el oficio. Cuando ganaron bastante dinero, compraron el horno de la calle de Sant Domènec, que está donde todavía estoy yo. Cuando estalló la guerra mataron al fundador, pero la abuela nos explicaba que ellos seguían haciendo pan mientras estallaban las bombas. Gandesa sufrió mucho, pero nuestro obrador siempre estuvo intacto. El abuelo Joan murió a los 27 años y se quedaron en la tienda la bisabuela y la abuela. Estas dos mujeres eran la caña, tenéis que pensar que fueron las primeras que subieron el precio del pan en la Terra Alta. A mi padre Enrique, hijo de Joan y Mercè, le gustaba mucho el comercio y quiso estudiar a fuera, pero a los 15 años la abuela lo sacó de los estudios y lo puso al frente del negocio. En mi caso, me pasó igual que a mi padre, porque cuando tuve quince años, él me puso a cargo de la tienda. Y aquí está donde empieza mi historia».
Àngels asumió aquel destino primero con rebeldía y después con la ilusión de recoger el legado familiar y «la honra de los ancestres». Desde entonces, y ya han pasado 37 años, ha estado trabajando incansablemente para mantener viva aquella pasión por el oficio y la actitud de servicio a los vecinos. Es por eso que, durante la pandemia, ha seguido ofreciendo el pan, pero entregado personalmente a los hogares, tanto del pueblo como de la comarca. «Ha sido una experiencia inolvidable, estoy muy feliz de haber podido hacerlo», asegura Àngels. Esta pasión y entusiasmo por el oficio lo ha llevado también a diseñar un plan de recuperación de los hornos centenarios de la comarca, un patrimonio que, apunta, se ha perdido. «En su momento el padre enseñó a muchos panaderos a hacer pan y pasteles y, además, me dejó un obrador perfecto, tecnificado, pero donde se siguen las recetas familiares de hace cien años», explica, señalando que ella misma estaría dispuesta a formar los futuros panaderos.
«Mi misión en Pujol Pastisseries es honrar a las raíces. Dentro de dos años celebraremos 130 años de historia. Yo he visto trabajar a mis yayas, al padre y a la madre, sentada sobre los sacos de harina, y las paredes del obrador están impregnadas de esta energía. Por todo ello, es muy emocionante», admite.