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Las salas de conciertos del Camp de Tarragona ven lejos el retorno a la normalidad

Los programadores encuentran complicado sistematizar los tests de antígenos para poder llenar todo el aforo

Immatge de archivo del concierto de Paco Enlaluna en la sala Lo Submarino de Reus.

Las salas de conciertos del Camp de Tarragona ven lejos el retorno a la normalidadACN

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Las tres salas de conciertos del Campde Tarragona adheridas a la Associació de Sales de Concert de Catalunya (ASACC) ven lejos el retorno a la normalidad. Desde que hace un año la covid-19 los obligó a detener la actividad tan sólo han podido acoger conciertos subvencionados por la administración, ya que la limitación de aforo y la prohibición de ofrecer servicio de barra hace que les sea «totalmente inviable» a nivel económico promover recitales como hacían antes. Aunque se empiezan a plantear pruebas piloto con conciertos sin distancia de seguridad en los que los espectadores se tienen que hacer un test de antígenos, los propietarios de la Sala Zero de Tarragona, Lo Submarino de Reus y Red Star de Valls ven complicado aplicar el sistema con regularidad.

Àngel Lopera, propietario de la Sala Zero, recuerda que «el último concierto convencional» lo dieron el 7 de marzo del 2020. Desde entonces tan sólo han podido acoger «pequeños conciertos subvencionados, con 50 personas sentadas y sin barra», vinculados al ciclo Sala Cat, que se lleva a cabo a partir de una aportación del Departamentde Cultura. De cara a la primavera se hará una segunda edición del Sala Cat y en los últimos días ha arrancado el Curtcircuit, otro ciclo más veterano y promovido por la ASACC. «Es simbólico», reconoce Lopera, que hasta la llegada de la pandemia organizaba un centenar de conciertos anuales.

En la ciudad de Tarragona la ASACC y el ayuntamiento promovieron el proyecto Sala Tarragona, que en otoño tenía que acoger nueve conciertos en el teatro auditorio del Campde Marte, con capacidad para unas 800 personas. La segunda ola de la pandemia lo retrasó a primavera y ahora, con la situación actual, se ha reducido a sólo tres recitales. «Los otros los intentaremos reprogramar más adelante», dice Lopera. De momento estas son las únicas opciones para tener un mínimo de actividad, ya que en el formato convencional «es inviable, y más sin barra». «Poner la sala en marcha son unos costes elevados y los grupos tienen que cobrar», indica.

La situación es prácticamente idéntica a las otras dos salas de la demarcación. «Apoyamos la cultura y formamos parte. Toda oportunidad de dar conciertos la sacaremos adelante, pero de momento no sale a cuenta», afirma Albert Salvat, uno de los propietarios de Lo Submarino. La opinión la comparte Edu Ortega, de la Red Star: «Dar conciertos propios es inviable al 200 por ciento». Los dos locales también participan de los ciclos Sala Cat y Curtcircuit y tendrán actuaciones las próximas semanas.

Sobreviviendo con las ayudas

Sin embargo, Ortega reconoce que sin las diferentes subvenciones directas que han recibido en los últimos meses por parte de las administraciones ya habrían tenido que cerrar. En diciembre estábamos al límite, pero con alguna subvención y el Sala Cat hemos podido continuar. Todo eso nos ha dado vida», señala. De todos modos, con el cojín actual «hasta el 2022 no tenemos capacidad para aguantar» y se encomienda a nuevas ayudas.

En el caso de Lo Submarino la situación es menos dramática, en buena medida porque los propietarios también tienen una productora, una empresa de equipos de sonido y otra de management de bandas, hecho que les permite sostener la sala. Pero las ayudas del ayuntamiento de Reus y del Instituto Catalán de las Empresas Culturales (ICEC) han sido imprescindibles. «Nos han ayudado que era necesario porque sino hubiéramos cerrado. Ha sido una burbuja de oxígeno», indica Salvado. Con respecto a la Sala Zero, Lopera pide más apoyo de las instituciones pero se muestra esperanzado porque cree que el negocio «tiene futuro».

La mirada puesta en el 2022

Las pruebas piloto que se han empezado a plantear en Barcelona, sin limitaciones de aforo pero con tests de antígenos para los asistentes, son vistas con cierta frialdad por los propietarios de las salas. «Estamos muy atentos a lo que pueda salir pero eso no es una cosa que se pueda organizar desde una sala de conciertos», afirma Lopera. Aparte de los costes que supone adquirir los tests de antígenos, está la «parte logística», que incluye la vertiente científica de hacer los análisis de la covid-19 y la sanitaria de quien hace los tests. «No es un procedimiento que de momento se pueda estandarizar», indica. En la misma línea se posicionan Salvat y Ortega, que añade que todo «dependerá del precio de los tests y de si los tiene que hacer gente cualificada, o no».

Así pues, los propietarios de las salas dan por perdidos la primavera y el verano. Y de cara al otoño todo dependerá del nivel de vacunación de la población y de «las decisiones de las autoridades sanitarias». «¿Cómo se podrá volver? ¿Qué medidas tendremos que tomar? ¿Se tendrá que combinar con tests de antígenos? No lo sabemos. Está en manos de la ciencia y después de las autoridades», expresa resignado el responsable de la Sala Zero. Ortega tampoco es optimista y cree que «para hacer las cosas normales nos vamos a principios del 2022».

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