Coleccionismo
Un museo del tren en los bajos de casa
Xavier Gavaldà tiene una extensa colección de objetos relacionados con el mundo ferroviario
Todo empezó en los años cuarenta en Vila-seca. «En un pueblo de 3.000 habitantes, el entretenimiento los domingos al salir de misa era ir a verpasar el tren. Vemos cómo llegaba el correo, los xafarots miraban quien subía y quien bajaba, y yo veía aquellas máquinas, el humo y el fuego», explica Xavier Gavaldà. Este canongí de nacimiento recuerda que su primer tren se lo hizo con una caja de zapatos. «Pero mi obsesión continuó y, a los quince años, con los primeros céntimos que gané, me compré un tren eléctrico de juguete», recuerda. El coleccionista señala como una figura clave en su afición «unferroviario que vino a casa más adelante» que, asegura, fue su «perdición». El hombre, al ver la pasión del joven por los trenes, le regaló una farola de tren auténtico. Desde entonces, Gavaldà ha hecho miles de kilómetros en busca de objetos relacionados con el mundo del tren desde 1848, cuando se inaugura el tren Barcelona-Mataró, hasta los años cincuenta del siglo pasado, cuando se acaba el vapor. «Lo mío son los trenes de humo», asegura.
El resultado de toda una vida de búsqueda lo tiene en los bajos de su casa, un inmueble que se compró junto con su mujer –que también es coleccionista–, porque en la anterior vivienda ya no cabían. En un espacio de 90m2 , Xavier tiene incontables documentos, herramientas, utensilios y objetos que podrían ser perfectamente el fondo de un museo dedicado al ferrocarril. Además, detalla el coleccionista, todo está restaurado y correctamente documentado.
Así, en casa de Xavier Gavaldà se pueden ver piezas tan curiosas como una biela de una locomotora de vapor, carteles y matrículas de trenes, luces, señales, herramientas, billetes, taquillas e incluso un departamento de vagón, con los asientos, el revestimiento de madera, las luces y la ventanilla. Todo es fruto de los viajes y los kilómetros recorridos por el coleccionista canongí, siempre atento a aquello que pudiera encontrar y, en muchas ocasiones, incluso salvar de la destrucción. «Hubo un año que se cerraron 2.000 kilómetros de líneas de ferrocarril porque no eran rentables. Pasabas por una estación abandonada y veías que habían reventado puertas y ventanas», explica. El mismo departamento que tiene en casa lo salvó del desagüe de una estación abandonada.
A todos estos objetos se suma una maqueta de grandes dimensiones que reproduce las estaciones y los trenes de la época del vapor, y que es uno de los grandes orgullos del coleccionista.
Aunque Xavier Gavaldà reconoce que lo que más le gusta es poder enseñar su colección a las personas a que tienen interés por el tema, el coleccionista admite que su ilusión sería que, el día que ya no esté, no se acabe perdiendo. Consciente de que sus hijos y nietos no sienten su misma pasión, su deseo sería poder darlo desinteresadamente a fin de que todo este trabajo que, durante tantos años lo ha hecho tan feliz, pueda ser conservada y expuesta.