Crece el interés por las granjas de insectos para el consumo en Cataluña
La empresa tarraconense Iberinsect es una de las pioneras de un sector en auge
El nuevo interés por las «proteínas alternativas» ha abierto la puerta de la agroindustria catalana al mundo de los insectos, un sector todavía en fase de consolidación, pero que los últimos años ha vivido un cierto auge. Según datos del departamento de Acción Climática, Cataluña cuenta desde el 2020 con cinco explotaciones registradas para producir insectos y tres proyectos más en trámite. A pesar de este crecimiento, el negocio se centra hoy en los de piensos, sobre todo por piscifactorías. A pesar de eso, instituciones como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria ya hablan de los insectos como los «candidatos ideales» para complementar las fuentes tradicionales de proteínas y empresas como la tarraconense Iberinsect trabajan para anticiparse al auge de su consumo.
«Hace cosa de veinte años comida sushi era una cosa especial y si lo hablábamos con los abuelos nos decían que no estábamos bien, pero hoy es algo que todo el mundo hace. El futuro es para los valientes, por lo tanto, Dios dirá», relata a la ACN Jordi Calbet desde las oficinas de Iberinsect en Valls. Según su opinión, este negocio puede ser muy importante los próximos años, primero por alimentación animal y, más adelante, en la alimentación humana. Ibertinsect nació hace tres años pensando en la necesidad de encontrar proteínas más allá de la ganadería tradicional. De hecho, Calbet alera que Europa es hoy un continente «deficitario en proteínas» y que depende mucho de la importación. Eso, sumado al incremento de la población y el cambio climático, hace que crea que la explotación de alimentos innovadores como los insectos podrán ser rentables y «estratégicos» por la sostenibilidad del sistema alimentario a corto plazo. «La soberanía alimentaria es parte del ADN del sector de los insectos», resalta.
Desde el sector también se busca realzar que criar insectos tiene un impacto medioambiental muy reducido en comparación con la ganadería tradicional. En este sentido, Calbet afirma que la huella hídrica y de carbono de su negocio es muy reducido. Además, explica que los gusanos o los grillos no generan gas de metano ni consumen agua, de manera que resultan una forma «muy eficiente» de generar proteínas. Además, recuerda que la dieta natural de los peces o los cerdos incorpora insectos de manera que es positivo que estos vuelvan a formar parte de la alimentación en las granjas modernas.
Sin normativa propia
A pesar de las buenas perspectivas del negocio de los insectos, la regulación todavía va un paso por atrás. «Todos los lugares donde se crían insectos tienen la consideración de explotación ganadera, lo que pasa es que no hay una normativa específica sectorial como sí que existe para el cerdo, las aves de corral o el vacuno,» explica a la ACN la cabeza de ordenación sectorial ganadera del departamento de Acción Climática, Gumersindo Villa. Para solucionarlo, desde el 2020 las granjas de insectos pueden registrarse a Cataluña, un paso que hasta ahora lo han dado cinco explotaciones, dos en las tierras del Ebro y Tarragona, dos en Lleida y una Girona.
«Es un sector emergente», reconoce Villa antes de resaltar que Cataluña ha sido «pionera» a dibujar un marco regulador propio para esta actividad. Con respecto a los mercados de estas explotaciones, indica que van principalmente a la alimentación animal, especialmente a las piscifactorías. Sin embargo, desde el Gobierno apuntan que en Europa ya hay cuatro variedades permitidas por alimentación humana, pero las más populares son el grillo doméstico y el conocido como «gusano de la harina».
Villa resalta que los requisitos que se pide en el sector no son complicados, de manera que su mayor reto es encontrar un mercado estable para su producción que podría pasar por la complementación nutricional. Para el responsable del departamento, resulta evidente que los insectos tienen un «valor proteico» que los hace interesantes como alimento, especialmente en un momento de incremento de los costes ligados a la inflación, la sequía o el encarecimiento de la energía.
A pesar del interés de productores y administraciones, el consumo humano de insectos es todavía anecdótico en Europa y su presencia en los supermercados, testimonial. Para cambiarlo, algunas voces académicas hace tiempo que defienden las bondades nutricionales, económicas y de sostenibilidad. De hecho, este mismo año la Universidad Abierta de Cataluña (UOC) publicó una encuesta que aseguraba que más de la mitad de la población opinaba que su ingesta podría ser una fuente «alternativa y sostenible» de proteína. Además, se apuntaba que el consumo de insectos mejora la salud intestinal y aumenta las concentraciones sanguíneas de aminoácidos.
Una práctica habitual en Europa durante siglos
Desde la UOC detallan también que la entomofagia -este nombre recibe la ingestión de insectos como alimento por parte de los humanos y los animales- era una práctica común a Europa incluso en tiempo del imperio romano. Además, recuerdan que la ingesta de insectos de todo tipo se ha mantenido viva hasta nuestros días en países como China, Tailandia, Japón, Colombia, México, Perú y el Brasil de manera más o menos extendida.
En un contexto muy marcado por el calentamiento global y el aumento constante de la población en todo el mundo, en el 2013 la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha optado también por promover la necesidad de examinar las prácticas modernas de la ciencia de los alimentos para aumentar el comercio, el consumo y la aceptación de los insectos. Aunque su expansión no ha sido muy rápida hasta ahora, el optimismo del sector se ha traducido en un interés que el Gobierno certifica que está en pleno crecimiento.