Sociedad
Cuatro pueblos de Tarragona se cuelan entre los cien más bonitos de España
La prestigiosa revista National Geographic ha elaborado un ranking con los cien pueblos más bonitos del país
Viajes National Geographic ha publicado un ranking con los cien pueblos más bonitos de España, entre los que destacan cuatro municipios de la demarcación de Tarragona -Horta de Sant Joan, Siurana, Montblanc i Miravet-. «La España menos poblada tiene maravillas en miniatura que conviene marcar en el plano de las escapadas por su patrimonio, urbanismo o por su relación con el entorno», aseguran.
Horta de Sant Joan
Picasso transformó en una composición cubista la colina por la que se encaraman las casas de Horta de Sant Joan, que se encuentra en la posición 33 del ranking elaborado por National Geographic. Si Picasso volviera hoy apenas descubriría cambios. La plaza porticada de la iglesia conserva la calma de siempre, con su templo del siglo XIII ampliado en el XVIII y el Ayuntamiento renacentista.
Las calles, estrechas y empinadas, conservan el trazado medieval y las señoriales Casa Pessetes, Casa Clúa o casa Pitarch y la Casa del Delme –residencia del cobrador de impuestos en la época hospitalaria–, o la que hoy aloja el Centro Picasso y el Ecomuseo del parque de El Ports. Horta de Sant Joan estuvo bajo dominio templario y después hospitalario tras la reconquista del territorio a los musulmanes en el siglo XII.
Su influencia no solo se notó en la legislación local –se guardan documentos de 1296– sino también en la sobriedad y el aspecto fortificado de la iglesia de Sant Joan, del convento dels Àngels y de la torre del Prior, estos dos últimos en las afueras. Hacia 1570, el estilo renacentista aportó a las fachadas pórticos y ventanales con arcos como los del Ayuntamiento o Casa de la Vila.
Siurana
Último reducto musulmán en tierras catalanas, Siurana, en la posición número 60 del ranking, logró resistir un asedio de meses gracias a su emplazamiento en lo alto de un risco, una atalaya de roca calcárea a la sierra del Montsant, el macizo de la Gritella y las montañas de Prades.
La carretera que asciende hasta el pueblo no deja tiempo de tomar aliento entre curva y curva. Exigencias del desnivel y del terreno, dominado por las rocas que hacen las delicias de escaladores y de excursionistas que disfrutan caminando al borde de precipicios.
La localidad es fácil de explorar. La calle Mayor, flanqueada de casas de piedra a la vista y techadas con tejas de barro cocido cruza el núcleo y deposita al visitante frente a la iglesia románica de Santa María, construida entre los siglos XII-XIII poco después de la conquista de Berenguer IV en 1154.
Tras el templo, el suelo de roca se acerca al acantilado como una pasarela y se asoma al pantano de Siurana, un tentador lago azul rodeado de bosques de encinas y pinos que en verano puede navegarse en kayak. Hacia el otro lado de la villa, alejándose del precipicio, pequeños bancales de viñas y huertos preservan el aspecto intemporal de Siurana.
Montblanc
El paseo por lo alto de la muralla de 1500 m que rodea Montblanc, situado en la posición 79 en el ranking, es toda una lección de historia. El tramo visitable es el del portal de Sant Jordi, uno de los cuatro accesos al núcleo medieval de la capital de la Conca de Barberà, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 1988.
La muralla se levantó en el siglo XV como defensa frente a los ataques de Pedro I de Castilla, pero Montblanc fue fundada mucho antes, en 1163, en una colina desprovista de vegetación, de donde le viene el nombre. El primer vestigio de población se remonta al asentamiento íbero de los siglos IV y I a.C., cuyos habitantes probablemente vieran pasar los elefantes del ejército de Aníbal rumbo a Roma.
La historia medieval se despliega por toda la ciudad, en sus edificios civiles, religiosos y militares, en las pocas calles de la judería –un recinto con sus propias puertas– que aún quedan, en el románico Pont Vell que cruza el río Francolí y en el molino de los Capellans.
Entre las construcciones más señoriales destaca el Palacio Real, donde se alojaba el rey de Aragón cuando visitaba Montblanc, y el Palacio del Castlà, residencia del representante militar dsiuranae la Corona. El patrimonio religioso cuenta con tres conventos –en uno se alojó san Francisco de Asís–, la iglesia románico-gótica de Sant Miquel y la de Santa Maria, de origen gótico y añadidos barrocos. En cuanto a obras más «recientes», sobresale la bodega modernista.
Miravet
A orillas del Ebro, el castillo de Miravet, en la posición 97 del ranking, baila en el reflejo del agua como si quisiera desvanecerse, pero sin llegar a hacerlo nunca. Aquí, frente a una de las postales con más encanto de la comarca catalana de la Ribera d’Ebre, uno se cuestiona qué tuvo esta localidad para precisar tal fortaleza. Y la pregunta no es en vano, pues está considerado como uno de los mejores ejemplos de arquitectura templaria de toda Europa.
Aunque se puede llegar por carretera, lo mejor es acceder hasta el castillo a pie atravesando el Cap de la Vila, el núcleo histórico de Miravet. Sus callejuelas se encaraman abrigadas por el bosque de ribera y flanqueadas por pórticos, casas antiguas y miradores. Merece la pena detenerse en la Iglesia Vieja, un templo renacentista que se ha convertido en un monumento cultural que alberga interesantes exposiciones sobre la historia de Miravet.
También de la reconocida cerámica miravetana, una tradición documentada desde el año 1650. Por el Cap de la Vila, uno se encuentra con el Raval dels Canterers, donde en el siglo XIX se establecieron los alfareros. Hoy estos siguen abriendo sus puertas para mantener vivo un oficio centenario que, como el castillo, siempre sigue en pie.