Arte
El pintor de Alcover Jordi Isern lleva casi una década exportando paisajes catalanes a Japón
El artista ha hecho trece exposiciones en l país asiático, dos en los últimos meses
Todo empezó con un correo electrónico críptico donde únicamente se le preguntaba si estaría dispuesto a ir a Japón. Casi una década después ya ha ido trece veces y ha vendido más de un centenar a cuadros. El pintor de Alcover Jordi Isern es paisajista impresionista desde hace más de 30 años y únicamente hace obras de lugares donde tiene un vínculo emocional o que le transmiten alguna cosa especial.
Sus debilidades son Alcover, Montblanc, el Pirineo y Tenerife, pero también la Garrotxa, la Cerdanya, el Priorat o el Delta del Ebro. Son todos estos rincones los que le han fascinado. «El arte es universal y tiene que transmitir. En Japón nuestros pueblos del Pirineo, las iglesias y la manera de vivir de aquí les atraen mucho», asegura.
«Hola, ¿está dispuesto a venir a Japón?. El correo sólo decía eso y era de un remitente muy extraño. Pensé que era un amigo que me estaba haciendo una broma», recuerda Isern sobre el primer contacto que recibió. Después de varios 'mails' «sin sentido» sacó el quid de la cuestión: la empresa comercializadora de artes más antiguas de Japón hacía diez años que seguía de incógnito su trayectoria e incluso habían venido al Estado a ver exposiciones.
En 2015, dos años después del primer correo, hizo su primera exposición, en Saku. Hamamatsu, Nagano, Kioto, Tokio, en junio Sendai y este julio Hatsukaichi han sido algunas de las ciudades donde ha presentado su obra. «Casi cada vez son todo piezas nuevas porque por suerte va bien. Lo que va a Japón ya no vuelve nunca», comenta.
A lo largo de todo este tiempo ha podido captar las particularidades de la sociedad japonesa y de cómo se relacionan con su obra. «Son muy cuidadosos a la hora de comprar cualquier cosa, no son tan espontáneos como los latinos o los mediterráneos. He visto que el arte les emociona muchísimo y me sorprende porque te lo dicen y lo exteriorizan», detalla. Además, las adquisiciones las vinculan a «un hecho espiritual de ellos», que siempre explican al autor. «A veces me he hundido por la historia y siempre acabo sorprendido», observa Isern.
Una de las cuestiones que más lo chocó de inicio es el interés que tienen por saber los detalles que van más allá del cuadro. «Lo preguntan todo: a qué hora se pintó, porque había luz en aquella ventana, de qué vive la gente...», comenta. Tal es el grado de curiosidad que los organizadores incluso llevan un mapa para poder mostrar donde está aquello que muestra el cuadro porque «tienen la manía que si adquieren una obra quieren ir a aquel lugar». Sin embargo, ha detectado que pueblos del Pirineo y las iglesias que hay los atraen mucho. El arte es universal y aquí lo he podido comprobar. Una obra de Tenerife la vendes en Japón y no la vendes en Tenerife porque a aquel japonés le ha emocionado. Es como una música, no sabes porque pero te emociona; y tiene que ser así», reflexiona.
A pesar de eso, después de haber tenido clientes de todo el mundo ha llegado a la conclusión de que no hay grandes diferencias culturales entre cómo las personas conectan con el arte. «Tengo galería propia en Montblanc desde hace 25 años y el 100% de las obras que he vendido es porque la gente se ha emocionado», indica. Con sus paisajes quiere transmitir «paz y serenidad». «La gente lo percibe y supongo que se sienten a gusto; el vínculo que tengo con estas personas es a través de la obra», razona.
Solidaridad
Una de las particularidades de las exposiciones en Japón es que están siempre vinculadas a una asociación sin ánimo de lucro, generalmente de menores con alguna discapacidad. «Para ellos su concepto de comprar arte ha de estado vinculado a una organización benéfica y una parte de las ventas se destina a esta entidad», apunta. Aparte de la vertiente económica también hay la humana, ya que personalmente va a ver a los menores y hace algún tipo de actividad o taller. «Para ellos llega un personaje exótico, alucinan mucho y te hacen un recibimiento bestial. Es muy gratificante ayudarlos y poder estar con ellos», afirma Isern.
La que más le ha chocado es la visita que hizo este junio a una entidad de Sendai jóvenes con discapacidad física. «Están en una cama y sólo pueden mover el iris de los ojos, necesitan atención las 24 horas tanto de familiares como de voluntarios. A través de una pantalla que tienen encima de la cama y con los ojos pintan y hacen diseños gráficos. ¡Son alucinantes las obras que hacen!», finaliza.