Diari Més

Cruz y cara de las riadas en el tramo final del Ebro

La CHE se defiende de las quejas de campesinos y municipios por la gestión de las avenidas, beneficiosas para el Delta, pero con crecimientos muy elevados y repentinos de caudal

Vista àeria de la presa de Mequinenza desembalsando agua.

Mequinenza llega casi al pleno total mientras continúan los elevados desembalses en el tramo final del EbroACN

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El pasado mes de abril, muchos campesinos y vecinos de municipios como Miravet vieron, de nuevo, como la grande y repentina crecida del Ebro inundaba cultivos o, incluso, amenazaba con invadir las calles del pueblo. Es una situación que se repite cíclicamente en cada avenida, a pesar de la existencia del sistema de pantanos de Mequinensa-Riba-roja-Flix que tendría que evitar posibles daños en el tramo final del río durante unos episodios que, por otra parte, benefician un Delta amenazado de muerte. La Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), blanco habitual de las críticas por este fenómeno, se defiende aduciendo la gran dificultad que suponía gestionar una crecida extraordinaria que ha transportado en los últimos dos meses más de 3.500 hectómetros cúbicos de agua y sedimentos, más de dos veces la capacidad de Mequinensa. En el trasfondo, el gran margen de discrecionalidad que los titulares de las hidroeléctricas, en este caso Endesa, tienen a la hora de gestionar los caudales de los embalses.

La controversia en torno a la gestión de los embalses aflora cada vez que el río experimenta crecidas importantes. Nadie pone en duda la necesidad de estas avenidas extraordinarias, especialmente, para el Delta. Pero algunos municipios ribereños sufren, de forma cíclica, inundaciones de campos de cultivos, infraestructuras fluviales o equipamientos y, en casos como el de Miravet, el río llega a punto de invadir algunas calles y casas del pueblo. Campesinos y alcaldes entienden que una gestión anticipada y adecuada de los caudales de desembalse, priorizando una gestión más naturalizada y segura del tramo bajo del río por encima de los intereses de la producción hidroeléctrica –que mantienen en cifras elevadas las reservas de los pantanos para garantizar la actividad de las turbinas- evitaría estos episodios.

«El argumento es que no puede ser que tengamos el río con un caudal bajo y lo hagan subir esgraonadament hasta los 1.900 metros cúbicos en un corto periodo de tiempo, que puede ser entre diez y doce días», apunta el responsable de Protección Civil a las Tierras del Ebro, Miquel Alonso. Durante el anterior episodio de crecida extraordinaria, en marzo de 2015, Alonso sobrevoló todo el tramo bajo del Ebro en helicóptero y tomó imágenes para certificar qué zonas sufrían inundaciones con un caudal máximo, en aquel momento, de 1.950 metros cúbicos por segundo. El río estaba a punto de desbordar en la plaza del Arenal de Miravet. Con esta información en la mano, el Centro de Coordinación Operativa de Cataluña (CECAT) de Protección Civil y la misma CHE acordaron establecer protocolos de comunicación para gestionar estas situaciones y una referencia máxima de caudal, 1.900 metros cúbicos por segundo, a partir de la cual las inundaciones sobrepasan zonas bajas de cultivo y pueden afectar de lleno espacios urbanos. A partir de este momento, destaca el responsable de Protección CIvil, la coordinación con el organismo de cuenca ha mejorado notablemente.

Pero aunque durante el episodio de este pasado abril se llegó a un máximo inferior, 1.850 metros cúbicos por segundo desembalsados durante varios días, las afectaciones prácticamente se repitieron: el agua llegó al límite de la calle en Miravet. Un fenómeno, apunta a Alonso, que se debe a los cambios naturales en la morfología del cauce del río, hecho que modifica la laminación del mismo caudal. ¿Era, sin embargo, necesario llegar a este umbral en tan poco tiempo, con la inundación repentina de algunos espacios ribereños del tramo final del Ebro, poniendo en alerta campesinos e instituciones? ¿Se podía haber previsto y gestionádose con mayor antelación, evitando las afectaciones? «En dos meses han entrado más de 3.500 hectómetros cúbicos, que son como dos Mequinensa. Gestionar eso sería dejar vacío Mequinensa para que entre toda esta agua o gestionarlo con otra limitación: la de no hacer daños aguas abajo. Hay otro problema: el agua que venía por el Cinca y el Segre, que en el 2015 no aportaron. Tienes que jugar con la combinación para el eje del Ebro, la que viene por el Segre y el Cinca con el objetivo objetivo de soltar agua por encima del caudal de daños en Tortosa. Es un ejercicio difícil», resume el responsable del Centro de Procesos del Servicio Automático de Información Hidrológica (SAIH) de la CHE, Adolfo Álvarez.

Regulación e incertidumbre

La gestión de los desembalses delante de una avenida extraordinaria, explica, se inicia en el momento que la previsión meteorológica determina con un alta probabilidad de precipitaciones fuertes en la cuenca. Recuerdan, además, que sólo un 18,1% de la cuenca está regulada por embalses y no exista hacia el tramo central del eje del río. En el caso de este 2018, apunta a Álvarez, días antes ya se empezó a desembalsar escalonadamente el sistema de Mequinensa-Riba-roja-Flix para crear capacidad de resguardo suficiente. «La incertidumbre es muy grande, depende de cuánta cae y donde cae, hasta que no llega sobre el terreno no puedes ajustar», apunta. A partir del momento que la crecida se sitúa en la parta alta de la cuenca, en este caso Navarra, tarda unos cinco días a llegar al tramo final. Eso obliga a liberar agua, principalmente, de Mequinensa, con diferencia el mayor de la cuenca, con 1.533 hectómetros cúbicos de capacidad, para no superar el umbral de 1.900 metros cúbicos por segundo de caudal en el tramo final.

El problema, a menudo, es que este margen de maniobra se ver bastante reducido en el tiempo porque los pantanos, gestionados por las hidroeléctricas, retienen una lámina de agua muy alta con el objetivo de administrarla según sus planes para turbinar y generar energía. Según la jefa del Área de Hidrología y Cauces de la CHE, María Luisa Moreno, la toma de decisiones «colegiadas» a las juntas de explotación y las comisiones de desembalses permiten determinar, incluso mensualmente, los niveles de los pantanos en «operación normal», durante los cuales los operadores tienen margen para hacer oscilar la lámina de acuerdo con el uso principal reconocido, en este caso de la generación hidroeléctrica, condicionados también a las concesiones de regadío, abastecimientos y caudal ambiental. Cuando este nivel baja por debajo del mínimo, como estaría en casos de sequía, o sobrepasa el máximo, por avenidas, en casos de emergencia, es el organismo de cuenca quien determina las condiciones de los desembalses.

Lucro cesante de las hidroeléctricas

Cada semestre, y especialmente antes del periodo de precipitaciones del otoño, las comisiones de desembalse deciden establecer más espacio de resguardo de forma preventiva. Pero cuando, especialmente en primavera, las cantidades de precipitaciones o de agua del deshielo se concentran en pocos días, como ha sido en el episodio de hace un mes, el escenario se complica. Si, de acuerdo con las previsiones, la CHE exige al concesionario que rebaje sensiblemente los caudales embalsados y, finalmente, este escenario no se acaba cumpliendo, las hidroeléctricas trasladan sus quejas al organismo. Incluso, pueden exigir el lucro cesante a la administración, admiten los técnicos. Alonso considera que, a la corta o a la larga, hará falta poner sobre la mesa esta cuestión y discutir sus implicaciones para el tramo final del río.

En el escenario de la última avenida, que durante el más de abril llevó 2.200 hectómetros cúbicos de agua en el tramo final –que se suman a unos 1.500 durante marzo-, habría sido necesario vaciar dos veces Mequinenza para meter toda el agua. «No da tiempo a desembalsar», sostiene. Entre el 6 y el 14 de abril, remarcan, cayeron sobre la cuenca del Ebro más de 8.000 hectómetros cúbicos en precipitaciones. Para ayudar a regular, se cerraron temporalmente las compuertas de los embalses pirenaicos del Segre y Cinca. El año 2015, por el contrario, la concatenación de avenidas, también con altos caudales procedentes de estos dos afluentes, dificultó las operaciones, recuerda al técnico de la CHE. «Si te venden en un mes y pico tres avenidas no puedes recuperar y no tienes capacidad laminación. Si no son sucesos concatenados y muy prolongados, los sistemas información permiten maniobrar Mequinensa con antelación», precisa.

En aquel momento, incluso, según el SAIH del organismo de cuenca, que ofrece datos prácticamente en tiempo real sobre las estaciones de aforo y los embalses, este mismo pantano llegó casi al 103% de capacidad, un dato que causó sorpresa y al mismo tiempo preocupación en las Tierras del Ebro. Moreno clarifica que, en casos de emergencia, se puede superar el umbral del límite de operación normal de la toma–el 100%-, dado que, por diseño, existe un nivel «extraordinario» de unos 1,5 metros adicionales de crecimiento, por debajo del umbral de la misma construcción. «Superar el 100% el nivel normal no significa nada peligroso para la seguridad de la toma|presa. Simplemente, se está agotando y se ha pasado el nivel normal de explotación y se va camino máximo nivel de situación de emergencia, que duraría el tiempo necesario. Si se ve que cogiera el máximo extraordinario se liberarían más caudales. Entonces pueden haber afectaciones. Pero el objetivo del embalse es siempre disminuir el volumen de agua liberado para minimizar los daños», clarifica.

Aplicar «sentido común»

Más allá de todas las limitaciones, los técnicos de la CHE trabajan con la idea que e sistema de pantanos funciona como un «semáforo» regulador que evita las inundaciones que se producen río arriba. «Siempre es una situación buena para el tramo inferior del Ebro porque le llegan caudales inferiores que en el tramo medio. Y tenemos mucha cuenca intermedia», sentencia. Ciertamente, y a diferencia de la zona de Zaragoza, por donde llegaron a bajar más de 2.200 metros cúbicos por segundo, con inundaciones de fincas y granjas –muchas de ellas construidas en zona inundable-, el nivel de afectaciones en las Tierras del Ebro ha estado bastante inferior. «Dado que no tenemos el peligro de la parte media de la cuenca y está regulado, habría que gestionarlo con sentido común», enmienda Alonso, precisando que el establecimiento de un régimen de caudales más regulares, limando el grandes contrastes actuales, ayudaría también a drenar el cauce y evitar problemas.

Los técnicos de la CHE, a pesar de todo, son conscientes de que la difusión de este tipo de datos en periodo de emergencia y sin ninguna aclaración ha llevado hacia la desconfianza de muchos agentes del territorio hacia la tarea del organismo de cuenca en la gestión de las avenidas. De hecho, las suspicacias todavía se han incrementado con los datos en continuo de las estaciones de aforo, especialmente la de Tortosa, que a menudo ofrece valores de caudal más elevados que el de Ascó –cuándo tendrían que ser menores, especialmente, a partir del azud de Xerta cuando se desvían cerca de 50 metros cúbicos por segundo en los canales de regadío de la Derecha y la Izquierda. Moreno apunta que existe un decalaje de entre un 5 y un 10% del dato que se publica fruto de limitaciones del propio sistema de medición: la base es la altura del nivel del río, a partir de la cual se extrapola matemáticamente el caudal. Eso, añade, supone que elementos como la presencia de macròfits en el agua, en el caso de Ascó, o las «mareas» y la dirección del viento, en Tortosa, provocan a menudo lecturas más elevadas de las reales, que posteriormente se corrigen con mediciones de la lámina de agua de una sección del río con ultrasonidos.

Beneficios para el Delta

La CHE calcula que, sólo durante estos cuatro primeros meses y medio del año, por Tortosa han bajado cerca de 7.800 hectómetros cúbicos, prácticamente la misma cantidad que a lo largo de todo un año seco. La cara del fenómeno, sin duda, es la de las aportaciones extraordinarias de agua y sedimentos, muy necesarias por un delta del Ebro que desde la construcción de los pantanos, y con la perspectiva del cambio climático, se ve amenazado por la regresión y la subsidencia. Unos episodios que, según el investigador del Programa de Ecosistemas Acuáticos del IRTA, Carles Ibàñez, se presentan casi una vez cada dos años, con caudales elevados –entre 1.000 y 3.000 hectómetros cúbicos- y una potencialidad de transporte de sedimentos muy considerable. «De acuerdo con las cifras preliminares que hemos hecho, si aprovecháramos estas crecidas para liberar sedimentos, sobre todo de Riba-roja, podríamos aportar centenares de miles de toneladas de sedimento. Siempre hablamos de un millón de toneladas al año como cifra para frenar la regresión. Si no fuera eso, hablaríamos de una cifra que se podría aproximar», ha expuesto.

Después de las pruebas de inyección de sedimento en el río y en los canales en el marco del proyecto Life Ebro-Admiclim, el IRTA y la Universidad de Córdoba están desarrollando un programa informático que permitirá determinar de forma más exacta las cantidades necesarias de sedimentos retenidos a las presas que se tendrían que transportar hacia el Delta para frenar la regresión y la subsidencia. Las crecidas extraordinarias, pues, no sólo permitirían la aportación directa de sedimentos, sino que se convertirían en una vía de transporte excepcional. «Esta crecida ha llevado sedimento fino que ha entrado dentro del mar, en forma de abanico, fertilizando el mar y renovando el lecho del río, eliminando macrófitos. Es importante por muchas cosas, pero falta la arena para frenar la regresión. Es la que necesitaríamos obtener haciendo un by pass de sedimentos aprovechando las crecidas. Los cálculos los tendremos pronto», añade.

Paralelamente, propone habilitar un by pass permanente, para que pueda transportar sedimento fino durante todo el año. Un método que no requeriría modificar el régimen fluvial actual porque no requiere caudales elevados. Sí que habría que habilitar técnicamente un sistema para trasladar los sedimentos para cada uno de los casos, sin afectar a otro usos del embalse. Es plantear vaciar en buena medida el pantano y abrir las compuertas de fondo podría ser una opción. La otra fórmula, pasaría por la instalación de una draga con una cañería flotante, para inyectar los sedimentos hasta los caudales habituales. En el caso de las arenas, habría que acumular estoques en zonas bajas más allá del sistema de embalses para que las crecidas naturales se lleven este material hasta el Delta.

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