Sociedad
Riba-roja d'Ebre convierte sus calles en una gran galería al aire libre con el festival 'Riu d'Art'
Artistas locales y de todo el mundo conviven durante dos semanas en la población plasmando sus obras en diferentes puntos del núcleo urbano
Las calles de Riba-roja d'Ebre van adoptando la imagen de una gran galería de arte en la calle. Cualquier pared, cualquier rincón, cualquier puerta es susceptible de ofrecer al visitante la experiencia de una obra de arte en el mismo espacio público. Esta es la tarea que lleva efectuando el festival 'Riu d'Art' desde hace cuatro años y que ya ha dibujado sobre el mapa urbano una genuina ruta artística. Una decena de artistas locales y de todo el mundo trabajan desde hace dos semanas en el mismo entorno para dar vida a las obras.
Consideran que la experiencia les permite disponer de tiempo para reflexionar, sumergirse en el ambiente del pueblo y crear. Para los vecinos, la iniciativa ha espoleado la autoestima y la voluntad de mejorar la imagen de la población. La cuarta edición del certamen se cierra este sábado por la noche con un recorrido guiado por el artista Enrique Larroy.
Un total de 60 propuestas de artistas de 30 países diferentes optaban a participar en esta cuarta edición. De estos, la organización ha seleccionado diez a partir de criterios de relación con el pueblo y teniendo también en cuenta la diversidad de tendencias. Sólo una decena, entre artistas locales e internacionales –de Rusia, Chile o Lituania, entre otros países-, han acabado trabajando en las calles de Riba-roja. Son, mayoritariamente, obras pinturas, representaciones sobre muros. Pero también hay alfarería, escultura y, en ocasiones, arte efímero.
Sarah Misselbrook, artista inglesa residente en el pueblo desde hace ocho años y miembro de Riba Rocks, la entidad que organiza el certamen junto con la concejalía de Joventut del Ayuntamiento, ha querido en esta ocasión plasmar una gran araña tigre sobre una fachada de la calle Major. Explica que la idea le llegó después de encontrar un ejemplar de este arácnido a su finca. Ha querido vincular también esta representación, con su telaranya, con las piezas de ganchillo que elabora la propietaria del inmueble, amiga suya. «Para mí, el ganchillo es un idioma entre mujeres», apunta. «Una conexión», no para de repetir.
No estamos hablando de «street art», de arte en la calle, precisa. A pesar de que algunos artistas que lo practican, el festival de Riba-roja quiere enfocar el arte a los espacios públicos desde otro concepto. Como si se tratara de una galería permanente al aire libre, siguiendo una ruta por las calles del pueblo. De hecho, la idea empezó por frenar la degradación y «revitalizar» el casco antiguo, donde muchas casas han sido abandonadas los últimos años, según explica el director del festival, Francesc Esteve. La voluntad era convertirlo en uno «atractivo turístico, visitable, y poner en valor el legado cultural y artístico nuestras tierras y todo mundo» dotando de obras de arte el espacio público.
Si bien, en un primer momento, los vecinos de Riba-roja recibieron el proyecto con cierto escepticismo, el entusiasmo y la voluntad de participar han acabado marcando las últimas ediciones. «Nos ofrecen las casas para ceder espacios para desarrollar los proyectos», certifica. El intercambio entre vecinos y artistas residentes se ha intensificado durante los últimos tiempos. También entre creadores del mismo pueblo y de otros puntos de los mundo. «Aquello que es particular e interesante de 'Riu d'Art' es que es transversal», subraya al artista zaragozano Enrique Larroy, con vínculos familiares en el pueblo y nombrado padrino del certamen. «Hay un clima que permite una buena relación con los artistas y una tarea de acogida que funciona muy bien», subraya.
Los artistas tienen que presentar un proyecto por escrito con el contenido de su propuesta relacionada con el pueblo. Pueden consultar por Internet los espacios inicialmente escogidos para intervenir. No siempre son los finalmente escogidos: con su estancia y el conocimiento del entorno los artistas suelen variar sus propuestas. El padrino del certamen explica que existe una selección en función de la calidad y la voluntad de plasmar, con los seleccionados un abanico diverso.
Conexión y autoestima
Este vínculo que los creadores establecen con el entorno y sus vecinos repercute en múltiples aspectos. «Quiero formar parte del pueblo y las obras de arte tienen bastante para conectar a la gente local, la de fuera y para crear una conversación en varios sitios. Es un pueblo muy pequeño, pero la gente es muy 'chula' y creo que es una oportunidad para mejorar vida cultural y social», manifiesta Misselbrook. En todo eso, añade Larroy, hay que sumar el impulso a «la autoestima del pueblo», desde el punto de vista estético, espoleando a los ciudadanos a cuidar del aspecto del espacio público y mejorarlo.
Al final, también, la propuesta ayudar a crear un recorrido a partir de las obras que han dejado a los artistas participantes en las cuatro ediciones. Una forma de dar a conocer el casco antiguo y los activos patrimoniales locales. «Las obras te pueden gustar más o menos, pero casi todas están bien conservadas y sirven de guía, un recorrido que permite llegar a un pueblo y hacer actividad que no es sólo la gastronómica habitual,» enfatiza Larroy.
Este es, en parte, el concepto subyacente el la obra de uno de los participantes en el festival, el artista local Adrià Cid. En el muro de una casa derribada este año en el casco antiguo presenta su obra 'Retorn', formada por tiestos de cerámica que quieren representar «contenedores de vida, como era esta casa», para que los vecinos hagan suya y puedan retornar al pueblo y la comunidad. Para Cid, el festival ha permitido embellecer el pueblo, hacer «más agradable pasear». «Ayuda a la autoestima del pueblo», certifica el padrino del certamen, consciente de que muchos de sus habitantes están mejorando, efectivamente, la imagen de sus viviendas a raíz de esta iniciativa.
Los artistas, además, se muestran encantados con el planteamiento de poder trabajar y desarrollar su creatividad con una estancia que va más allá de los habituales pocos días, que también les permite compartir vivencias e interactuar con la población. No sólo los ceden sus espacios particulares: algunos vecinos los invitan, incluso, a desayunar cuando están plasmando sus obras. «Es otra manera de trabajar», certifica a Esteve. «Que quieran volver venir a Riba-roja y volver a participar proyecto quiere decir que les gusta y las cosas se hacen bien», añade.
Llegados a la cuarta edición, Esteve no quiere detallar nuevos retos pero es consciente de que hará falta ampliar los horizontes y seguir creciendo, siempre que el presupuesto lo permita. «Tenemos que decidir que queremos ser cuando seamos mayores», reflexiona. De momento, cuentan con un amplio apoyo popular y también de los artistas participantes, con que se sienten «muy realizados para tener tiempo para conocer y valorar la obra», así como aprovechar el certamen y los encuentros entre artistas para generar «sinergias» y futuros proyectos entre ellos.