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Investigación

El Observatorio del Ebro abre sus puertas al público por la Semana de la Ciencia

Entre sus investigaciones activas hay demostrar el cambio climático o evitar que caiga un avión

Plano medio del investigador Pere Quintana describiendo la estación y el pabellón meteorológico del Observatorio del Ebro.

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Registros sísmicos de todo el mundo, datos sobre el cambio climático o estudios para preservar comunicaciones seguras cuando se producen tormentas solares son sólo algunos ejemplos de la investigación que esconde el Observatorio del Ebro y que se podrá descubrir el domingo, en la jornada de puertas con que celebran la Semana de la Ciencia. Este organismo, vinculado ahora a la Universitat Ramon Llull, se fundó en 1904 y estudia fenómenos geofísicos y meteorológicos de los que se tienen largas series históricas. Los pabellones del Observatorio esconden auténticos tesoros científicos y patrimoniales que el centro todavía cataloga, a pesar de la falta de recursos para musealizarlos.

El Observatorio del Ebro es un auténtico oasis con vistas de pájaro sobre la principal área metropolitana ebrense. Se sube por un estrecho sendero de curvas rodeado de cipreses, pinos, algarrobos y plantas, que no son autóctonas pero que se obsequiaban como agradecimiento a los jesuitas, que lo fundaron y las replantaron. El Observatorio está formado por varios pabellones, el más nuevo es el de los investigadores. El primero, cuando llegas arriba de la montaña, es el Pabellón Landerer, con una sala de conferencias y la antigua biblioteca. «Es muy importante por su fondo en geofísica y por colecciones especiales como la de Josep Joaquim Landerer, un científico y mecenas del Observatorio, que ayudó a los jesuitas a fundarlo», ha explicado el investigador Pere Quintana.

Sobre antiguas mesas hay enmarcado algunos de los mapas que Landerer dibujó a mano y que parecen auténticas fotografías aéreas. Su colección de mapas, de hecho, se está digitalizando con el Institut Cartogràfic de Catalunya para que puedan ser consultados. También se expone, de Landerer, una colección de fósiles, ilustraciones o un telescopio ecuatorial, que sigue los astros con un sistema de pesos.

Hay otras curiosidades en esta biblioteca, como una colección de libros navales de Narcís de Montoriol, creador catalán del submarino. Se desconoce cómo llegaron del «mar a la montaña». Se cree que por problemas económicos Montoriol se vendió muchos de sus libros pero algunos los dio a la Iglesia y los jesuitas los habrían traído hasta el Observatorio. La Biblioteca guarda también todos los ejemplares de la revista Ibèrica, editada en Roquetes desde 1914 a 1980, como también el fondo de biblioteca que utilizaban los jesuitas para escribirla. Se vendía cada semana a toda España y América latina.

En el pabellón sísmico se pueden ver sismógrafos antiguos que son más visuales para entenderlos. Hoy en día «son una caja metálica desde la que salen cables», como apunta Quintana, pero el antiguo sismógrafo es una columna de cemento, de la que se ven cuatro metros en altura pero que baja a una profundidad de 8 metros. Está construida encima de la roca, sin tocar el edificio, para no percibir los movimientos. «Si hay un terremoto en Japón, si es lo bastante intenso, hay ondas que se propagan por el interior de la tierra hasta aquí», ha destacado el investigador. En las paredes del pabellón se muestran papeles ahumados con los registros antiguos de terremotos en Sant Francisco (Estados Unidos) o Chile. «Tenemos cuadros con registros de terremotos o explosiones nucleares en China, o también cosas locales, como una pedrera que hay en Amposta cuando explotan roca», ha descrito.

Los datos que se reciben, se comparten en red con el Instituto Geográfico Nacional, el Institut Cartogràfic de Catalunya y organismos internacionales. «Compartimos los datos con instituciones que hacen seguimiento para localizar los seísmos. En casos como el proyecto Castor, hemos participado con otros científicos de otros centros analizando los datos», ha explicado Quintana.

En el pabellón astronómico, hay telescopios, actuales e históricos, y para seguir los eclipses o para observar el sol con los niños, hay un celostato, un aparato formado por dos espejos y dos lentes que proyectan el sol en una pizarra.

El cuarto pabellón es el meteorológico. El Observatorio del Ebro tiene registros meteorológicos desde 1870, unas series que ahora son clave para demostrar el cambio climático y que han sido reconocidas por la Organización Meteorológica Mundial otorgando la distinción de Estación de larga duración. «Tenemos la suerte, o la desgracia, que Tortosa y Roquetes no han crecido demasiado y el efecto de isla de calor urbano no ha afectado nada en las observaciones. Los cambios registrados son porque el clima ha cambiado y no porque la ciudad ha cambiado», ha apuntado el investigador del Observatorio.

Comparten los datos por todas partes y se ofrecen para hacer investigación, e investigan desde el centro, con una línea de investigación sobre el impacto que tendrá el cambio climático y la hidrología. «Con nuestros datos, que son fiables para hacer centinelas del cambio climático, se ve muy bien como al principio del siglo XX prácticamente nunca superaban los 35 grados y ahora es muy habitual unos 20 días al año», ha advertido Quintana.

Estos datos se ponen también al servicio del territorio. Desde el pasado verano se están registrando muestreos en la Terra Alta sobre la situación hídrica en campos de viña. A partir de aquí se podrán hacer recomendaciones de riego para orientar como hacer un uso más preciso y eficiente. «El cambio climático nos lo comemos seguro y ahora tenemos que ver en qué grado. Tenemos que hacer medidas de adaptación y estar operando conscientes de que en el futuro seguro que hará más calor, habrá más demanda de agua y probablemente la reserva hídrica será menor, como los caudales del Ebro que irán disminuyendo por el cambio climático y la gestión que hacemos los humanos. Lo tenemos que tener previsto o nos equivocaremos», ha añadido Quintana.

La ionosfera

La jornada de puertas abiertas del domingo empezará con una conferencia sobre la ionosfera como «herramienta y obstáculo» de las radio-telecomunicacions, a cargo de David Altadill, Estefania Blanch y Antoni Segarra (Observatorio del Ebro, URL-CSIC). En la ionosfera, situada por encima de la atmósfera, se manifiestan «importantes fenómenos de origen terrestre y extraterrestre», como las auroras boreales pero se la estudia por el efecto espejo que hace con las ondas electromagnéticas. Está formada por electrones y eso hace que, en contrapartida, pueda distorsionar y perturbar las señales de los satélites.

Mientras que la ionosfera permite las comunicaciones a larga distancia, como hacer llegar una señal de radio de Roquetes a Alemania, cuando hay tormentas solares, la cantidad de energía del sol hace que la ionosfera cambie su comportamiento. Si es de día, la ionosfera intensifica la cantidad de electrones, no funciona como espejo y absorbe la onda electromagnética. Se pierde y no llegará a su destino. Pasa sobre todo en latitudes altas y eso ha generado incidentes graves en el pasado. Por ejemplo, durante una tormenta solar en Noruega, hace años, las comunicaciones fallaron y un tren no hizo el cambio de vía cuando tocaba y se produjo un accidente. En Quebec, las torres de alta tensión, por una tormenta solar, fallaron y toda la región se quedó a oscuras durante 9 horas en pleno invierno.

Blanch y el resto del equipo, estudian los comportamientos para aprender a prevenir los cambios de la ionosfera. Por ejemplo, los aviones que tienen que volar por encima de los polos, las zonas más afectadas, cuando hay una tormenta solar, no vuelan o cambian la ruta por latitudes más bajas donde la ionosfera no está afectada. Empezaron a trabajar con la OTAN, lo hacen todavía con la Unión Europea y acaban de recibir financiación del estado español por tres años para seguir con estas investigaciones y análisis con el objetivo de mejorar la prevención de sus efectos.

Tesoros patrimoniales

El domingo también se podrán descubrir algunos de los tesoros que conserva el Observatorio del Ebro como un radiotelescopio utilizado en la misión de la Nasa para llegar a la Luna el año 1969, una luna de cristal, que muestra «su cara oculta», y que se expuso en Barcelona en la Expo de 1929 o una rosa de los vientos que marca cómo ha ido cambiando norte magnético. El Observatorio acumula tanto patrimonio instrumental y científico que lo está catalogando todavía. Lo que no hay, de momento, son bastantes recursos para musealizarlo todo.

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