In memoriam
Regidora d’Esports, Voluntariat i Associacions de Jubilats i Pensionistes de Tarragona
Estas últimas semanas, desde que tomé posesión de mi Acta de Concejal del Ayuntamiento de Tarragona, he considerado con frecuencia las virtudes que se le presuponen, o se le desean, al buen gobernante. Porque gobernar es una tarea de servicio a los demás que implica que cada gobernante debe esforzarse por poner en juego aptitudes y actitudes que faciliten las decisiones y los proyectos para que cada ciudadano pueda desarrollarse con plena libertad y máxima autonomía y así llegar a ser la mejor versión de sí mismo. Estas consideraciones, junto con las conversaciones que he tenido con numerosas personas que la conocieron y la trataron, me han llevado a ver en Marbel Negueruela un referente de estilo de gobierno.
Marbel ha sido, ante todo, una mujer que supo escuchar. Continuamente así me lo manifiestan personas del mundo del deporte y de las Asociaciones de Jubilados y Pensionistas, así como trabajadores de diferentes áreas del Ayuntamiento. “Hablar es una necesidad, escuchar es un arte”. Marbel supo captar esta realidad que reflejan las palabras de Goethe y decidió poner todos sus talentos en juego para escuchar a cada persona como ésta se merecía. Primero, acallando la propia voz interior para no prejuzgar o adivinar intenciones. Además, poniendo atención e interés en las palabras y también en los gestos de su interlocutor. Marbel desarrolló, probablemente con esfuerzo y disciplina personal, el arte de dirigir su atención al otro. Por eso, cuantos trabajamos con ella teníamos siempre la certeza de que había puesto más empeño en escucharnos y entendernos que en dar razones y justificar sus puntos de vista.
Una persona con encargo de gobierno conviene, a mi juicio, que sea prudente. La prudencia caracteriza aquella persona que se esfuerza por conocer o averiguar lo que es bueno para el otro. Marbel hizo gala en su vida y en su tarea de gobierno de la virtud de la prudencia. Prudencia que le llevaba a escuchar siempre a todas las personas implicadas en un mismo asunto, para evitar llegar a conclusiones que no reflejaran los diversos puntos de vista. Prudencia que la empujaba a estudiar con ahínco todos los temas que llevaba entre manos, con la intención de discernir, de entre los distintos enfoques, la opción más sensata, la más práctica, la más beneficiosa. Prudencia para consultar con otras personas sus dudas, o comentar con ellas sus preocupaciones e inquietudes, huyendo del aislamiento o la vanidad que puede transformarnos en tiranos.
Junto a la prudencia, otra virtud que un buen gobernante debe cultivar es la valentía. Valentía para anteponer el bien común al propio, y así poder tomar, llegado el caso, decisiones quizá incómodas o algo impopulares. Marbel fue una concejal valiente, que no dudó en asumir su responsabilidad con generosidad y garbo, puesto que sabía que de su buen gobierno dependía el desarrollo en mayor o menor grado de personas y entidades de la ciudad. Fue valiente sobre todo porque antepuso a las personas frente a las ideas: nunca entró en consideraciones ideológicas a la hora de asumir sus tareas y de actuar en su día a día. Jamás le detecté frialdad o desapego cuando trabajaba con personas con planteamientos políticos o vitales diferentes a los que ella, a su vez con vehemencia y coraje, defendía con su palabra y su vida.
Saber y querer respetar al otro: una virtud indudablemente muy estimada en un buen gobernante. Podría decirse que la cortesía es la hermana pequeña del respeto a los demás. Marbel fue una mujer delicada de trato, cortés en su actuar público y privado, una mujer que sabía estar y que sabía que saber estar hace la vida de los que nos rodean mucho más amable. Estoy segura de que esta delicadeza y cortesía fue fruto de una lucha personal por desarrollar su personalidad y poder así servir mejor. Las virtudes que a menudo atribuimos a los demás casi nunca han aparecido de la nada; más bien al contrario, no hay virtud sin esfuerzo personal por adquirirla.
En estas primeras semanas como concejal he tenido ocasión de conocer, despachar, trabajar y charlar con un gran número de personas que más pronto que tarde me han hablado de Marbel con naturalidad y me han traído a la cabeza y al corazón sus virtudes y también sus dones. Sea ésta mi manera de dar un especial y cariñoso tributo a mi predecesora, y sea también mi manera de dejar constancia de que, cuando me mencionen a Marbel, estarán recordándome no sólo a una amiga, sino también un estilo de gobierno que admiro.