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Tribuna

Política y cocina

Exregidor de Cultura de Tarragona

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Empecé este escrito en plena campaña de las anómalas elecciones 155. Imbuido en la imagen pública de lo que està prohibido decir o llevar, que si nada de amarillo, atención, que no parezca odio y otras condiciones inhabituales en elecciones normales. Incluyendo el hándicap de candidatos en la cárcel o el exilio, políticos temerosos o arriesgados. En fin, circunstancias tan complejas que consideré razonable relajarme ante tal árida situación, colocándome tras un tupido velo, en espera de la hipotètica conclusión de unos resultados confortables, o sea, que surgiera la estimulante iluminación: PP, Ciudadanos y, si se tercia, el PSC, juntos, quedaran holgadamente por debajo de la mayoría absoluta. Confiando equilibrio y armonía ante la timorata frase de mi amigo Quimet «encara prendrem mal».

Planteé, pues, situarme provisionalmente en fuera de juego y para variar, estimulando el pensamiento, vista la enfatizada afición televisiva a la cocina, donde ilusionados niños y famosos concursantes aspiran a masterchefes, sin desdeñar las recientes propuestas en los medios: una recomendando el consumo de productos preparados de origen vegetal y, otra, las dietas a base de insectos y gusanos que –pobre e ignorante de mí– de pensarlo casi me revuelve el estómago. Aproveché la circunstancia, para extraer el hilo de la historia –complaciendo a dos amables lectoras – y abrir una ventana a la interesante cocina romana.

Poco relataré de la gula en los banquetes de los romanos ricos, ofreciendo a sus invitados un sencillo menú: entrante de lechugas y puerros, sigue un gran atún adornado con huevos y ostras, rematado con pollo al horno y hubres de cerda. O sustituyendo el pollo por unos deliciosos lirones–de criadero, mas caros que las ostras– rociados con miel y semillas de amapola. La población romana tenia una dieta más modesta: Normalmente hervian la carne y el pescado cubriéndolos con especies y sabrosas salsas, la mas prestigiosa el garum, añadíéndole miel y vinagre para degustar sabor agridulce.

Algunos opulentos presumían de sencillez y frugalidad, imitando a nuestro Augusto, cuya alimentacion solía consistir en pan, pescado, queso prensado a mano y fruta. Adriano fué menos moderado en la mesa, tras salir del baño tomaba leche, pan y huevos, algo de vino mezclado con miel y hasta la comida, que a menudo consistía en tetrafarmaco, plato tradicional en la corte imperial romana, que consistia en faisán, tetina de cerdo, jamón y torta o corteza de pan. El vino, generalmente, mezclado con agua, sólo en grandes banquetes se bebía solo. Los romanos pobres, en su normal tren de vida, se resignaban a la ración gratuita de grano, que molido, mezclado con agua y cocinado en la lumbre lo covertían en unas gachas. Muy pocos eran los afortunados que poseían horno y menos aún comprar la hogaza de pan, que llevaba una cruz para facilitar la partición. Los campesinos comían verduras y, si cultivaban coles, aderezadas con salsas o aceite, complementándolo con un pedazo de queso. Los más prósperos criaban un cerdo para ahumar la carne. Los esclavos se alimentaban según la disponibilidad sin apuro de sus dueños.

Me iría de la mano y de espacio comentando recetas, sencillas o virtuosas de la sociedad romana, pero intuyo comprensible la prioridad del lector por la cocina en Tarraco. Aquí permaneció durante muchos años inmovilizada la costumbre sobria de mesura y gusto de los soldados fundadores, aunque teniendo cabida la mejora del rancho. Sin embargo, fue inherente en sencillos comerciantes, artesanos, campesinos y demás, agregar cereales, legumbres secas, lentejas y habas cocidas o fritas con aceite de oliva o grasa. Dieta vegetal, zanahoria, rábanos, nabos, col, brócoli, guisantes en puré, casi siempre aliñado con la putrefacta garum. Las harinas y tortas se cocían en horno casero.

El pan, que ya se hacía con levadura de cerveza, solía comerse solo o en sopa, también cocido, a veces añadiendo leche o vino y singularmente miel, que era muy utilizada como condimento, hasta en el postre mojando un pepino. El pescado se guisaba con muchas especies. Los cualificados atún, enperador, y otros, según tamaños, se cocinaban fritos o rellenos, reservando el hígado y visceras para salsas. En cuanto a la carne, los corrales proveian de los autóctonos pollos gallinas y patos; los ejemplares más hermosos se podían adquirir troceados en el templo, procedentes de sacrificio. La caza era muy apreciado, el francolín, la codorniz, el tordo y la perdiz. No es relato imaginario, ciertamente Hispania era «tierra de conejos» y esa plaga significó que su carne, abundante y económica, fuera cualificaba para esclavos. Elevado el consumo de carne en charcuteria de cerdo, de venta en tiendas, fresca o en salazón.

Probablemente nos produciría una arcada el fuerte sabor salado/dulce con miel en sus platos cocinados de carne o pescado en saladura. La sal era de uso intensivo en la cocina, en salazones y conservas, incluso salaban el vino. Calificaríamos, actualmente, de sobrecogedora su costumbre de comer pan mojando en una escudilla llena de sal. En cambio el ajo era mas plato, cocido o asado que condimento.

Retomo la función política actual. Como deseaba al comenzar este artículo, los unionistas obtuvieron minoria y alguna minuncia, como el PP, que ufano, desplazó los grandes buques políticos de su armada esperando que apareciera por el horizonte su mayoría silenciosa. El independentismo ha aflorado con suculento premio, boquiabierto espero la solución para el presidente.

Y en nuestra Tarragona Patrimonial, recién esfumados los vapores navideños, el pleno aprobó la plantilla de trabajadores, resistiendo –con ayuda de Ciudadanos– el embate de los indignados sindicatos y la oposición en contra, que tambien se opuso calificando de mediocre y gris el presupuesto 2018. Ha pasado 2017 y sólo se han realizado la mitad de las Inversiones previstas, para este año estrenado ¿somos siervo de los Juegos? Las –según la oposición– exiguas partidas presupuestadas ¿tambien despenderán de la venta del patrimonio? Los del PSC i PP, lo aprobaron argumentando el valor importante de la estabilidad.

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