Diari Més

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Los montañeros y las montañeras son, de suyo, gente apacible, solidaria, sufrida, con sentido de pertenencia a una comunidad. Personas que sin conocerse de nada se encuentran y se saludan o hasta se paran a charlar. Y si es preciso, se auxilian hasta ponerse en riesgo sin preguntar quién es aquel o qué vota o en qué idioma habla aquella.

Me cuenta un buen amigo, experimentado montañero, de su espanto porque, según me explica, ese odio visceral, propio de extrañas distopías literarias pero con el que convivimos cada vez más intensamente, se va instalando, también, entre los portadores de mochila y piolet. Es llamativo el tema.

Parece que partidarios de la salida de la cárcel de los Jordis y miembros del anterior gobierno catalán pintaron de amarillo, hace pocas semanas, una cruz metálica instalada en la cumbre del Aneto en 1951 por el Centre Excursionista de Catalunya. Hay también una Virgen del Pilar que colocaron algo más tarde alpinistas aragoneses.

No viene al caso opinar sobre la idoneidad de esta actividad reivindicativa ni sobre el, para muchos, anacronismo que supone la existencia de símbolos religiosos en cumbres emblemáticas. Lo terrible es, según me narra este amigo, que las redes sociales fueron inundadas de miles de mensajes de odio, proferidos por buena parte de esa comunidad montañera. Desde quien investigó y publicitó la identidad de los «pintores» hasta quienes, no en número pequeño, amenazaban de muerte o, en el más amable de los casos, expresaban su deseo de que los autores cayeran por un barranco o fulminados por un rayo.

La sociedad española y, por supuesto, la política catalana, rebosa de haters de todo signo hasta el punto de que su existencia empieza a parecernos natural. El odio, además, es irracional, está desprovisto de argumentos y, claro está, carece asimismo de interés por lo que diga el de enfrente. Cualquier acción del designado como enemigo es excusa perfecta para expulsar bilis y mala uva.

Yo mismo he sido víctima de una buena dosis de odio (y mala leche), incluso cuando fui a visitar a Oriol Junqueras en Estremera, o cuando se ha publicado que tengo discrepancias en cuestiones de partido (¡tamaño atrevimiento!). ¡Ay si algunos grupos de whassaps, donde los haters no te tienen que mirar a los ojos, «hablaran»…! Pero en fin… no es objeto de este artículo hacer un ejercicio de victimismo, pero los y las socialistas no podemos entender como natural un mundo en el que la realidad solo es blanca o negra, roja o azul, estelada o española. Y sobre todo, no solo no podemos colaborar con ese odio, sino que deberíamos (¡también hacia dentro!) trabajar arduamente para reducirlo. Parece que para algunos el todo vale se ha establecido como normal en toda pugna política. No es lo mismo denunciar unos encarcelamientos que creemos injustos –y solidarizarnos con presos y familias– que defender la independencia unilateral de un territorio por encima de leyes, constituciones y la mitad de la población. No es lo mismo querer reivindicar un catalanismo desacomplejado, que ser soberanista o estar a favor de un referéndum binario. Nada tiene que ver la reivindicación de la legalidad y el consenso con apoyar el uso de jueces y porras policiales para la resolución de problemas políticos.

La política está llena de matices, como la propia vida –la de verdad–, y esa es una de nuestras principales riquezas: el diálogo, la escucha atenta, la reflexión… Además, como he expresado en otras ocasiones, si hay algo que está en nuestro ADN, socialista y catalán, es el seny que escuché definir una vez a un importante político –de derechas, por cierto–, de la siguiente manera: «Estoy radicalmente en contra de lo que dices, sentémonos a hablarlo».

No hay que alimentar a los haters –como si no se alimentaran ellos solos– sino conseguir que su tendencia al odio se convierta en una moda esperpéntica, que eso sí que es separatista. Yo mismo, como partícipe del proyecto del Partit dels Socialistes de Catalunya, del que me siento muy orgulloso, abogo por no pasar de puntillas por nuestras señas de identidad, como es la histórica reivindicación desacomplejada del catalanismo, la izquierda y la democracia radical, para dentro del Partido, para Catalunya, y para España.

Los y las socialistas catalanes nacimos con vocación de vertebrar, de unir, de empastar y coser desde el diálogo, distintas tendencias de nuestra sociedad, en el ámbito de la izquierda y los movimientos sociales progresistas. No se creó el PSC para ser enemigo de nadie fuera del fascismo y las políticas reaccionarias que patrocinan la injusticia social. Los y las haters parecen querer imponernos la adopción acrítica de bandos y bandas en los que el enemigo esté muy claro y haya que ir «a por ellos». Les recuerdo que no es lo mismo «no ser independentista», que ser «antiindependentista», y nuestro partido, que nació como digo, para unir, no puede devenir en el antiindependentismo, cuando hay tanta fractura que solucionar y tanta discrepancia que hablar con tanto independentista de buena fe, que también los hay, solo faltaría.

Entonces, ¿por qué tanto odio? No os engañen amigos míos, porque el odio lo utilizan los cobardes intimidados, o como decía Daudet: «El odio es la cólera de los débiles

Seamos abiertos, conciliadores, dialoguemos, consensuemos, de forma asertiva; esa debe ser la tendencia, la moda a seguir, pues como socialista catalán quiero lo mejor para Catalunya, en paz y armonía.

Larga vida a los lovers.

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