Perdona, Laura Casas, que te haya robado tu definición de la visita al Boadas del pasado lunes. No he podido encontrar mejor manera de expresarlo. Les explicaré de qué va: el Club de Lectura de las Dominicas, un autobús que conduce Joan A. Domenech, tuvo la idea de invitar a Margarida Aritzeta y a una servidora para hablar de literatura y crimen. Ya sabéis qué parte me tocó a mí, por mi condición de delincuente lo digo. Cuando me invitó junto a l’Aritzeta pensé que era como si hubiesen llamado a un tío a quien le gusta hacer crucigramas junto al presidente de la RAE. Pero no hay problema, ya hace años que ejerzo de impostor. Por un momento me sentí profesor de una clase de las Dominicas, eso sí, con alumnos un poco mayores, pero muy atentos todos ellos. Teníamos de todo en el club, hasta un asesino, según Bertillón, claro. Grande Marcel, el director. Buena gente. Grande en amabilidad y también en tamaño, ¡vamos!... que es mejor invitarle a un crucero que comprarle un traje a medida. Al acabar la charla me obsequiaron… con ¡UN BOLI! Copiones.
Cruzamos la calle Rovira i Virgili para entrar en el local del bueno de Boadas. En aquel local de Berlanga ya no queda sitio ni para colgar una foto del Lute. De eso se habló, de crímenes, guardias civiles y tiempos de robagallinas, en los años en que se había construído el edificio de las Dominicas. Vino Mina Fuster, la detective (o detectiva) hija de Margarida; Ferran Gerhard, Laura Casas, Boadilla (es como yo llamo al hijo del dueño). Si los religiosos hacen estas movidas, quizás no está tan mal creer en Dios. He dicho Dios, no Messi, ¡cómo sois!