Diari Més

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Hoy el sol ha entrado en la calle Génova de Madrid triste. Algunos camareros han mirado hacia el horizonte con la escoba en la mano y la terraza viuda. Ya no están aquellos periodistas que hablan catalán y piden un bikini, «perdón, un mixto». En los bares hoy se han encargado menos porras, aquellos churros gordos, y también hay menos porras en las esquinas. Sí, también eran un buen churro. La señora Virtudes ha salido a la calle y ha encontrado algo extraño. Su perrita, la Lila, también. Le puso ese nombre porque las dos son republicanas. El can ha mirado a la cara como diciendo: «¿Dónde están aquellas furgonetas azules? Y aquellos señores con alcachofas en la mano? Qué ha pasado?». «Sí, Lila, ya sé que hay poca gente. Es que se ha acabado aquello de los catalanes».

Delante de un japonés self-service ha pasado un hombre muy encorbatado y camisa de Ralf Lauren almidonada. «Buenos días, Don Pablo. Un día triste, verdad?», pregunta el camarero. Él mueve la cabeza arriba y abajo apretando los labios. El camarero añade: «Claro, el juicio daba mucha vidilla a la zona». Don Pablo pregunta: «juicio? Qué juicio?». El empleado mira calle arriba y ya no ve aquella gran bandera en la sede del PP, que lucía orgullosa, y sí una cola de banqueros con una hucha en la mano. «Habrá que esperar que aquí abajo, en Colón, montemos otra», se despide Don Pablo.

La Lila, la perrita de la Virtudes, se ha escapado. La mujer la llama desesperada: «Lina, no, no, no…». Pero la perrita no se lo piensa dos veces. El último fotógrafo que recogía el trípode y los cables todavía ha tenido tiempo de hacer la última foto en Madrid. En la imagen se ve a Lila en una postura poco ortodoxa, cagando bajo aquellas letras donde se puede leer Tribunal Supremo.

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