Después de unos años bohemios – descripción romántica de inestabilidad profesional- volví a Tarragona. Abelló me dio un libro, «La mort sense ningún», y me dijo que entrevistase al autor. Aquella entrevista empezaba con un «Jordi Tiñena disimula su erudición, pero rascando un poco en su discurso uno se da cuenta de que es propietario de un conocimiento del lenguaje propio de un profesor de literatura…». Si él disimulaba sus conocimientos, imaginaos yo, que soy como el conseller Buch… El jueves fui a la presentación de un libro que analiza la obra de Jordi, pero también su persona, del profesor de CampClar, del compañero, del amigo… «El plaer d’escriure» se titula el análisis, escrito por once autores. Acostumbro a ir a estas cosas acomplejado y con vergüenza, porque los astros se han confabulado para que mi nombre esté al lado del suyo en «Assassins del Camp». Pero, gracias a Berta, la Margarida Aritzeta, el Joan Cavallé, el Jordi Folck, el Jordi Cervera o el Gustavo Hernández, no se me hace tan difícil. Tengo un secreto. Un día, llegué al trabajo y me dieron un sobre. Era un libro dedicado por él. Pensé que el mejor escritor de Tarragona había bajado desde la Vía Augusta a Tabacalera para darle un libro a alguien que quiere ser escritor. ¡Qué detalle! Si sé que la Diputació estaba detrás de este análisis de su obra, le hubiese dado un beso en la boca a Poblet el día de su despedida. Este es el mejor proyecto de obra que ha firmado nunca. Después de la presentación, tomé una cerveza con Cavallé, el Quico Domènec y el propio Tiñena en una mesita de la plaça del Rei. Sí, sigue haciendo esa media sonrisa.