Me pregunto cuánta gente hay en el mundo haciendo estudios «chorras» sobre todo lo que pasa en la vida. Me pregunto cuánto le han pagado a un equipo de investigadores que ha encuadernado con aquellos tubitos de plástico 100 folios para decir que, de todos los amigos que tenemos en el Facebook, sólo cuatro son realmente amigos. O que los fumadores y los no fumadores tienen el mismo número de accidentes. Si vais al Google os pueden salir curiosas combinaciones. Por ejemplo, uno que dice que los medios españoles son los menos fiables del mundo mundial y a continuación que el feminismo provoca cáncer. Y yo me pregunto por ¿Por qué a mí nunca me han propuesto hacer un estudio para que me gane unos cuántos euritos para comprar tabaco, conducir, comprarme un móvil, tener amigos falsos en Facebook o hacerme más feminista. Por ejemplo, dicen que el 33 por ciento de los hombres finge el orgasmo. (No sé cómo se puede hacer eso, pero si lo dice un estudio, va a misa). Yo me ofrezco si lo quieren comprobar. También me gustaría hacer un estudio sobre la gente que hace estudios. ¡Mira! Ya lo tengo hecho: señores pagados por lobbys que pagan para acabar con el cigarrillo electrónico, decir que el azúcar es buenísimo, que el coche eléctrico contamina más que el de gasolina o que un móvil puede hacer caer un avión.
Convendría hacer más estudios sobre dónde va a parar el dinero de nuestros impuestos, como funcionen las estructuras de Estado o sobre por qué la política de este país se autoprotege con normas inamovibles. Oliver Klein, de Cambrils, hizo un estudio sobre esto que está muy bien. Pero el mejor estudio es el que demuestra que no se puede sobrevivir escribiendo un artículo de opinión en la contraportada de un diario.