Viví en Salou en 1972. Hasta aquí un dato de mierda, como los del CIS. Vosotros diréis que aquel año vivíais en Reus o Botarell y continuareis leyendo tan panchos. Pero yo tenía un amigo. Ahora ya lo voy poniendo más complicado ¿no? Porque si estáis leyendo este artículo es que no tenéis muchos. Mi colega de los setenta se llama Bruce, es de Dublín, y desconoce lo que es el agua, tanto por vía oral como cutánea. Eso sí, la cerveza se la toma como el Sintrom, con inyección intramuscular. Mi amigo ahora tiene 71 años y en vez de venir a Salou se ha decidido por Benidorm. Li han comido el tarro diciéndole que en Cataluña los independentistas matan unionistas por la calle, y como él lo es se ha asustado. Conseguimos hablar gracias a una ecuación: el A-2 mío de inglés más el A-1 suyo de español. Bruce dice que se ha reencontrado con viejos amigos y vuelven a correrse las mismas farras que en los setenta. No le he hecho mucho caso pero he visto por la tele una noticia que lo confirma. Los jubilados vuelven a hacer lo mismo que hacían en los años setenta: se drogan, van de p… parroquias con luces rojas y duermen en la calle borrachos. ¡Osti, tu! ¡Qué alegría! Que a mí, que ya me da vergüenza entrar en la Georgia. ¿Qué? ¡Ah, que ya no existe! Así que ahora tendremos un nuevo tipo de turista: el yayo «balconing». Tendremos suerte porque ahora, como mínimo, tienen más dinero que cuando eran estudiantes. Parte de su pensión irá a parar a la creación de nuevos establecimientos: como el Pub-CAP, la disco-hospital y la Residence-Evil, que sería un geriátrico dentro de unos recreativos. ¡Ay, Señor! No deben saber que los comas etílicos a los 87 caen peor que Ortega Smith.