Me ha llegado un video de prensa de Mossos sobre una operación en la Pobla de Mafumet, y no era precisamente un trasplante de córnea. En el video se ve un señor que abre la puerta a gentiles visitantes que piden: «¿Me podría poner dos de marihuana y uno de coca? Cortados finitos, por favor.» Y aquel señor, como fuese el de la panadería, envuelve el producto, pone en las manos del comprador los paquetitos, «¡Hala! Servido. Buenas tardes» y vuelve a la trastienda. ¡Caray! ¡Y se queda tan tranquilo! Se ve que el camello no sabía que en la puerta de casa había una cámara. Está claro que no era amigo de Villarejo, Rato o Bárcenas. ¿Cuántos de vosotros no sabríais que en la puerta de casa hay una cámara que os graba? Especialmente si tenéis que cometer un delito, como meter el programa de Vox en el buzón del vecino.
El problema ha sido que he interpretado mal el video por tres razones: que me hago mayor, que no tiene sonido y que está subtitulado. Así que he confundido un «cliente» que viste como un repartidor, como la persona que llevaba la droga a domicilio. Y he pensado, «qué gran idea!» Llamas por teléfono, haces el pedido, y te traen un «glovo» a casa. Eso de los delitos a domicilio puede tener futuro. De hecho, ya hay quien te viene a robar ¡Y no hace falta que les llames! Pero, quizás a partir de ahora, cuando toquen el timbre, en vez de estafadores del gas o Testigos de Jehová, te encontrarás un tío con un chándal de los ochenta -con el mono- que tirará todo el muestrario encima del sofá y te hará una demostración gratuita, como los vendedores de aspiradores. Tenemos que ser buenos anfitriones y hay que dar un chupito de Chartreuse sin hielo. No hay droga mejor si hace mucho calor.