Cuando leáis esto pensaréis que vivo en un oscuro subterráneo, húmido, sin ventanas, con un transistor colgando de un cable, una bombilla amarilla de 125 voltios, un orinal y una foto de Macià. No, no es verdad. La foto es de Franco. ¡Tenemos que ir a la moda! La verdad es que en parte me siento como un secuestrado… por la vida laboral, así que mi oficina es un zulo. A primera hora de la mañana pongo el transistor para oír aquella canción del Bruno Lomas.«Ya llegaaaa, el veranoooo».El pobre Lomas no disfruta del verano des de 1990, pero su obra daría suficientes derechos de la SGAE para comprar trenes decentes para Cataluña.
En la ventana tengo una jardinera con hierbas. No, marihuana no, malpensados. Romero, menta y una algarroba de Les Moles que planté en una maceta y que le cuesta… tanto como a mi pagar las cuentas del restaurante. Llega primero una paloma, que coge con el pico una ramita de romero. La miro y le digo: «¿Eres la paloma de la paz? ¿Dejan en libertad ya a los presos?». Me contesta en un idioma extraño, una especie debrrrrruuuuubrrrrruuuuu.Debe ser aranés, pienso. A continuación se va el espíritu santo y llega una tórtola. Esta, seguro que es de Yellowstone, porque sólo dice: buuuu buuuu. Es bastante curiosa y muy miedosa. Nunca podemos tener una conversación porque se asusta y se va. No sé vosotros, pero cada día veo alguna cucaracha por el suelo. Intento aplastarla, pero parecen el Marchena y el Puigdemont. No la cojo nunca. Finalmente, aparece Aurelia, una salamandra que se coló en casa y va y se la come. Cuando veo eso, pienso en qué coño de piso vivo, mientras oigo la voz de Félix Rodríguez de la Fuente dentro de mi cerebro. En fin, el verano y los bichos.