No acostumbro a creer en las alarmas que se dan ante una serie de delitos puntuales cometidos en un barrio determinado. Los periodistas de los años ochenta ya lo sabíamos: los vecinos se manifestaban ante el Gobierno Civil por el aumento de la delincuencia. El gobernador y el comisario salían en los medios para decir que no era verdad, que no había motivo para la alarma. A menudo tenían razón: era más una sensación creada por una acumulación de pequeños hurtos, que por habernos vuelto «Tarragona Distrito Federal». Comparemos datos: si usted ha vivido en Miami, México, Río, Bogotá o Caracas, el hecho de que en Barcelona hayan muerto 13 personas con violencia le parecerá una travesura. Es habitual que en una ciudad de Brasil del tamaño de Tarragona haya 35 homicidios al año. Si hablamos de las dimensiones de Barcelona, estaríamos sobre los 420.
Ha muerto una chica del Vendrell de una puñalada en el pecho en una discoteca de Barcelona. Triste y lamentable. Ya sé que no hay un duro en ningún sitio y que no tenemos presupuesto ni para imprimir el presupuesto. Pero, viendo el continuo «puteo» que se lleva a cabo sobre Cataluña en cuestión de inversiones -sean trenes, sean policías, sean autovías- tendríamos que estudiar qué hay que hacer con lo que ya tenemos. Me parece una estupidez que, mientras van matando a gente, se encabezonen en encontrar plantaciones de marihuana por las terrazas y chalets. Me parece de absoluto egoísmo que quieran guardias de 24 horas frente a los edificios judiciales. La vida de un juez vale lo mismo que la mía. ¡Miren! La central de Mossos en Sabadell la vigila gente de Prosegur. Dejemos ya de buscar plantitas que se fuman, cojamos un sereno para asustar a los niños por las noches y hagamos que los policías trabajen en evitar muertes de verdad.