Siempre me viene el mismo tema a la cabeza cuando me levanto. No, malpensado, no es el sexo. Pero hoy descansaré de mi cabreo pre-sentencia porque, si todavía falta un mes para que salga, y otro mes que tardaré en leerla, al final tendré que poner un desfibrilador en casa. Además, creo que todavía me quedan un par de amigos y más vale que los conserve.
Así que he decidido que hoy reiremos: Los que somos despistados desde que nacimos, nos pasan cosas divertidas. Tengo una auténtica perla para explicaros. Comía con un amigo en un mesón que había en Ramón y Cajal a finales de los 80, y me levanté para ir al lavabo. Al llegar a la puerta, vi que salía un hombre con una cara conocida, que me sonaba mucho. Era Miguel Gila, el humorista. Ya sabéis que yo no venero a los jugadores de futbol, ni a los políticos, ni a los grandes empresarios, admiro a la gente que hace reír… excepto a la Roldán, claro! Pues en aquella puerta de lavabo inicié mi tanda de halagos hacia el humorista, diciéndole que bordaba aquel humor tan naíf y sencillo que ocultaba una gran preparación de guion. Tras mis besos, vi que el hombre ya se le ponía una cara un poco roja. Diez segundos después ya era un tomate. Entonces me puso una mano en un hombro y me dijo: «Yo no soy Gila, soy Joe Rigoli». En aquel momento, hubo magia, porque el color rojo viajó de su cara a la mía. Agradecí mucho que el color fuese consecuencia del rubor y no de un tortazo. Otra confusión que viví otro día es cuando, trabajando en TV3, me dijeron que llegaba un político progresista… y resulta que era Felipe González! Voy al lavabo a hacer una parada de país de cinco minutos.