Creo que ya os he hablado alguna vez de mi amigo Antonio, de 91 años. Aunque somos cercanos, no he conseguido que me llame Moi, es incapaz de abandonar el «señor Peñalver». Es entrañable, le gusta tocar la batería y cada vez que le veo lleva un reloj más moderno. Nada como Mark Spitz y le gusta una vecina que tiene sesenta años menos que él. Soy incapaz de seguir su ritmo de vida. Segundo caso: un señor me escribe frecuentemente al MÉS. Dice que nació el año de la Exposición Universal y que cada día me lee. Como se han muerto todos sus amigos, ahora me considera uno de ellos. Tercera caso: la Carme me hace feliz cada vez que me dice que Rosa, su madre, lee cada día este artículo. Y no acabaría de poner ejemplos… el Eduard Boada enmarcó y colgó en su museo «bocateril» un «mandamiento» de un servidor. La Pepita, de ochenta y muchos años, me escribe en el Facebook y comenta estos artículos a su manera… Toda esta gente que dice que empieza a leer el DIARI MÉS por la contraportada y que vivieron la Guerra Civil y la postguerra son un tesoro. Son trocitos de la historia de nuestra sociedad. Trocitos de oro. Toda esta gente que formó una familia en tiempos de hambre y dictadura, pasando por las precariedades de aquellos años, son auténticos héroes. Ninguno de nosotros tenemos ahora la fuerza y el empuje que tuvieron ellos. Son héroes Ángel, padre de Alejandro; Assumpció, la madre de Pau o la «Filo», madre de mi amiga Úrsula. Yo les haría un monumento a todos y cada uno de los miembros de esta generación de luchadores aunque no hubiese sitio para andar por las calles de Tarragona. Gente mayor… ¡y muy grandes! Que suerte y qué orgullo.