El día que aprobé Derecho Romano llegué a casa llorando como un niño. Ya tenía 54 años. Era la primera asignatura universitaria que aprobaba en mi vida. La profesora, la Doctora Encarnació Ricart no lo sabía. Tampoco sabía que ayer llegué a casa emocionado por haber asistido a su última lección magistral. He reconocido en esta última clase, impartida ante personalidades del mundo universitario y jurídico, la misma pasión que cuando lo hace con niños de 18 años. De todo su recorrido por la historia del Derecho Romano, la cuna del Derecho actual, he descubierto muchos aspectos interesantes y sorprendentes, como que hace 2000 años la sociedad se organizaba mejor que ahora. Pero todo se resume en una idea: Encarnació Ricart es una docente con mayúsculas, que ha nacido para transmitir sus conocimientos, y disfruta de su profesión. Es la segunda despedida a la que asisto, después de la del Doctor Gonzalo Quintero, y me queda una sensación triste, como si del Barça se fuese Messi. Perdón, como si Diocles no quisiese correr nunca más en el Circus Maximus.
Los primeros días, en las clases, pensaba que eso estaba chupado, porque nos habló de las XII Tablas, del Digest y de los esclavos. Y yo soy Moisés, el de las Tablas de la Ley, me gustaba leer el Reader Digest y soy un esclavo del trabajo. El mundo da muchas vueltas y la Doctora Ricart se convirtió en la Encarnació. Ahora es una amiga y cuando le preguntan por mi dice -con más corazón que precisión- que yo era un buen alumno. Cuando me preguntan por ella, yo contesto que le tendrían que hacer dos monumentos: uno en el medio del Campus Catalunya, y otro en el Foro de Roma.