Mal día. Hoy es el día de la sentencia, del fallo, del verbo fallar. Hemos fallado todos. Ha fallado toda la sociedad. Un fracaso. Si saliese una absolución… también habría sido un fracaso. Falta inteligencia por todos los sitios. Una inteligencia que, por lo que se ve, no se puede aprender. Es como el talento. Hay millones de ciegos. Unos se acogen al Derecho estricto de los papeles, el creado por el hombre, el de los códigos y las constituciones, y no quieren ver nada más. Otros se aferran al Derecho natural, el que nace con la persona, a los derechos humanos, al de los países. Todos son poco inteligentes, especialmente los que señalan con el dedo un papel y dicen: «¡Está prohibido! ¿Lo ves? ¡Lo pone aquí!». Cuando tu entiendes el mundo como un libro de 400 páginas que lleva el título de Código Penal es que tienes un problema neurológico. Mi cerebro ha montado una película hecha de pequeños fragmentos. Está Adolfo Suárez diciendo que no podían hacer un referéndum sobre la república o la monarquía porque la hubiesen perdido. El presidente del Barça, inocente, dos años en la cárcel. Un fiscal anticorrupción y un ministro hablando de perjudicar a un país. Las llamadas a empresas catalanas para que fingiesen que se iban. Un rey diciendo que no volvería a pasar. El «a por ellos» o el puñetazo de un policía a un fotógrafo, una junta electoral diciendo que cuando salga por la tele tengo que decir lo que les pase a ellos por los cojones… Los otros, diciendo que ya les avisaron, que lo que hicieron el 6 de septiembre es una herejía, que Puigdemont es una rata. ¡Puf! Necesitamos un líder con mayúsculas, un hombre al que seguir, una mente divina, un Jesucristo en quien tener fe. Nosotros solos no podremos. Nos falta talento. No somos inteligentes. Hemos fallado.