Habréis visto que pruebo vehículos, que es como una cata de vinos pero aquí la única cosa que te puedes tragar es un árbol. Normalmente lo hacen en lugares de lujo, así que me pongo la camisa de los domingos y los calzoncillos limpios, como diría tu madre. El miércoles fui al hotel Hilton de Barcelona, donde me dieron para probar un carísimo BMW I8. Creo que la llave ya vale más que vuestro coche. Con el deportivo tiré hacia Manresa, donde un corte de carreteras solidario hizo que los 362 caballos del coche se parasen a comer hierba en el arcén. En aquel momento era igual que fuese en Mobylette, porque estaba más parado que Montilla, así que abrí la puerta de alaga de gaviota con el postureo que eso requiere (como el DeLorean) y comprobé que uno de mis zapatos se había desmontado e iba arrastrando la suela por el asfalto. Tenía que ir al Món Sant Benet, a Sant Fruitós de Bages y pensé que del coche al restaurante y del restaurante al coche no tendría que disimular mucho la avería. Pero, al llegar, una amable azafata me indicaba que la rueda de prensa se hacía a 300 metros, por un camino de tierra y piedrecitas. No sé si se os ha desmontado nunca un zapato. Cuando un zapato decide que ha llegado su día, no se le puede hacer cambiar de opinión, comienza a autodestruirse como un mensaje de Villarejo. A la mitad del trayecto me separé del grupo para arrancar la suela, que colgaba como si tuviese un pie con lengua. Continué muy digno mientras me clavaba todas las piedras del mundo en la planta desnuda del pie. «Vas cojo. ¿Todo bien?», preguntaba un directivo. «Ha sido una experiencia maravillosa», contesté con los ojos húmedos de emoción.