Fue en el Palau de la Música en una de estas noches calientes de piedras y porras. Siete agentes de la UIP de la Policía Nacional vetaban el paso de los jóvenes hacia la Via Laietana. La gente iba marchándose poco a poco hasta que sólo quedó un binomio en aquella esquina. Al otro lado de la barrera había cinco jóvenes sentados en el suelo gritando contra la sentencia y tomando unas cervezas que uno de ellos había traído de un badulaque de Santa Caterina. Con el paso de las horas, los gritos eran más espaciados. Llegó el momento en que entre los policías hablaban de su sueldo de mierda y los chavales lo hacían del origen catalán de Rosalía. Uno de los policías gritó: «Tú, chaval, ¿De dónde eres?». El chico contestó «de Falset. ¿También me vas a pegar por eso?». «¡Coño! Allí hay buen vino ¿No?». «Mejor que el vuestro seguro» respondió el manifestante dándole la espalda despectivamente. «No creo, capullo, yo soy de La Rioja». El otro policía añadió: «Tú no tienes pinta de haberdoblaoel lomo en el campo en tu puta vida, chaval». «Sois muy antiguos, ahora los trabajos duros los hacen las máquinas. Mi familia tiene un «celler» en Capçanes, así que callad». «¿Celler? ¿Eso qué es?, ¿Dónde venden sellos». La conversación fue avanzando hacia la vid, el vino y la vida del hijo de un campesino. Los dos lo eran. «Si Francia invadiese España y te obligasen a besar su bandera ¿Cómo te sentirías?» «Mal, pero tendría que aguantarme. No les tiraría piedras». «¡Va! Tómate una cerveza», dijo el chaval estirando la mano «armado» con una mediana. El poli estiró el brazo también, pero su compañero se lo agarró con fuerza, le miró a los ojos y dijo: «Moreno, ¡ni se te ocurra!». «Tú te lo pierdes», contestó el chico.