Ya sabéis que soy un hombre de humor que piensa que no te ríes en la vida, es que no tienes vida. Estar todo el día viendo vídeos de policías haciendo cagar al tió me pone de mal humor y me cuesta escribir de forma distendida. Y vosotros diréis… ¿Por qué no dejas de mirar la tele y te dedicas a hacer punto? Porque soy periodista de «correra» -de corazón, no de título- y tengo un medio que me obliga a seguir la actualidad. Atención a los que decís que siempre lo critico todo: Ayer entre los vídeos de detenciones al estilo Terminator, quede petrificado. Veía imágenes de policías aporreando, pero lo hacían con una precisión y técnica perfecta. Las porras iban por abajo, avanzando armónicamente. Me emocioné de tal manera que hubiese aplaudido aunque los manifestantes tomaban más porras que un jubilado de Vallecas un domingo por la mañana. Osti, tu, una actuación policial correcta, por fin dejaba de ver furgonetas subiendo a la acera, aspirantes a Bud Spencer y malfollaos. Si estoy contento de ver como una dotación policial golpea las piernas, es que ya estoy «malamente». Es como el del chiste, que se daba golpes con un martillo en la mano y, cuando fallaba, era para él todo un placer.
Me hace gracia la facilidad que tienen los jefes policiales para escaquearse cuando se habla del tema. La periodista pregunta por un poli que tiene una rodilla sobre la cabeza de un chico que está en el asfalto. Y va el listo y contesta explicando el dispositivo. ¡No te preguntan por el dispositivo, coño! Te han preguntado por el tío que pone la rodilla en la cabeza a un manifestante. Tengo ganas de que me paren en un control de alcoholemia y cuando me pregunten por si he bebido decir: «mire, mi mujer se ha encaprichado de un wáter, de aquellos japoneses que tienen un chorrito de agua y emiten musiquita…».