Me siento como un niño. No, todavía no me meo en la cama, es porque cada día recuerdo más los años sesenta. Eran tiempos de toros, de Franco, de caza, de «Soberano es cosa de hombres», de caballos, de mujeres a fregar, de trenes lentos y de marchas militares. ¡Ah! Por cierto, ayer, viendo como se corta la frontera me acordé de la Marcha Verde. Creo que Doc y Martin han entrado en la Dirección General de Seguridad y están atrasando el reloj de la Puerta del Sol. Por ejemplo, ya sabéis que en este diario acostumbro a hablar de coches. Una amiga me ha dicho que quería comprarse uno. Pensaba que me pedía consejo, pero no, ha sacado el móvil y me ha enseñado una foto del vehículo deseado. Ya conozco eso, acostumbra a ser un Nissan Juke o un Toyota RAV4 rojo del que se han enamorado… pero no, era un Seat 850 de 1970. Me salió una sonrisa en la cara, pero pensé que falta poco para que tenga que ir a la URV con una bolsa de OMO, la Enciclopedia Álvarez y los Cuadernos Rubio. Pronto se prohibirán los móviles, los ordenadores y los bolígrafos -invento del demonio- y tendremos que escribir con pluma y tintero. Hace 53 años que entré en un colegio electoral. En la puerta había dos grises y un presidente de mesa que, sin ir a la Ruleta de la Suerte, había comprado dos vocales. El domingo estaba ante una mesa exactamente igual. De nada había servido internet, los certificados de autenticidad, el DNI electrónico, el SSL o el TTL. En China pides un crédito des del móvil «por la cara», pero aquí has de llevar un sobre lacrado, como en 1678. Estoy esperando que Locomotoro Teloafino asuma la culpabilidad de los 50 escaños del Capitán Tan en Las Cortes.