Diari Més

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Últimamente, cuando llego a casa ya me he comido por las escaleras un vecino muy pesado, su perro y la publicidad que encuentro en el buzón. El motivo de tener tanta hambre es que nunca llego a tiempo de comer nada en los catering de los actos a los que asisto. Os explico lo que me pasa: Acaba el acto y el orador coge una pistola, dice «afuera tenemos preparado un piscolabis» y dispara al techo, como Tejero. En aquel momento, todo el mundo pierde la cabeza para ocupar la primera fila de las aceitunas rellenas, ya que, si llegas tarde, sentirás aquel gruñido que hacen los perros cuando te acercas a su plato. Yo intento correr, pero, en aquel momento, siempre oigo a alguien que me dice: «Cada día leo su artículo, ¡Qué sentido del humor! ¡Qué ironía…!». Y mientras la señora (o el señor) va hablando, yo sigo con los ojos a los que llevan en la mano una copita de cava y un croissant de trufa. Por cortesía, agradezco los halagos, pero mientras mis ojos siguen mirándola, mi cuerpo ya está en dirección a la mesa, como si fuese la niña del Exorcista. Ella no se da cuenta y continúa: «Cada día recorto el artículo. ¡Y los tengo todos guardados!» y yo ya dejo de oírla porque empiezo a salivar al ver a alguien con media tortilla de patatas en la boca. Por fin esquivo los halagos, driblo a los compañeros periodistas que intentan saludarme con la habilidad de Messi, me lanzo al suelo como Ter Stegen y gateo debajo de las piernas para llegar al tesoro. Aliviado, levando la cabeza dispuesto a tragar lo que quede. Y me encuentro tres servilletas de papel, dos palillos de dientes y una avellana carcomida. ¡Aviso a navegantes! A partir de ahora diré «No» a quien me quiera seducir sin ofrecerme alguna cosa sólida a cambio. Lo que viene siendo hacer un ERC.

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