Antes de empezar os haré un examen medioambiental. ¿Conocéis a alguien que pregunte por las emisiones de Co2 del motor antes de comprar un coche en el concesionario? Yo no. Os habéis dado cuenta de la gran mejora para el medio ambiente que tiene pagar las bolsas de plástico? ¡Uy, una pasada! ¿Conocéis a alguien que tenga un Cadillac y que lo haya vendido porque el mes que viene ya no podrá entrar en Barcelona? Un imbécil, coma, un servidor. ¿Conocéis algún coche que me pueda comprar con los 1.500 euros que me dieron por el Cadillac? Yo no. El precio de la gasolina ha hecho que un haiga americano de cinco metros de largo, con motor Northtar de 8 cilindros, y que sale en las películas de Hollywood lo haya rechazado incluso un señor con una cadena de oro, un anillo de oro y un diente de oro. Concretamente me ha dicho: «payo, diquela lo puró que es el cangalló, y mangas un sacay». Esperad unos años, hasta que la inmersión lingüística en Cataluña sea en caló para entender lo que me ha dicho. Pero, a pesar de las bromitas, no me lo tomo a coña. Eso del cambio climático es serio, pero es un tema que nos preocupa relativamente poco. Lo hemos de reconocer. Antes de que la nueva Marisol cabreada vuelva a casa después de dar la vuelta al mundo, como Elcano, acabaremos con la Tierra.
A partir de ahora, he decidido ir a comprar con las bolsas de papel marrón que salen en las pelis americanas. He comprado jabón artesano con olorcito a menta en un mercado medieval. No utilizaré más el móvil. Me lavaré sólo una vez a la semana en un barreño de latón y con jabón Lagarto. El artículo lo escribiré con pluma y tinta de calamar, y lo enviaré al Diari Més con una paloma mensajera. Ding, dong. Perdonad, en la puerta hay unos señores con bata blanca que preguntan por mí.