No me drogo. Ya soy mayor y no es cuestión de coger taquicardias. Ya tengo bastante con los sofocos que me cogen mirando el John Wayne sentado en el Congreso. Por cierto, ¿Dónde debe dejar atado el caballo? ¿Y el rifle? ¡Ah, ya sé! En la habitación del hotel Palace que ocupaba Duran i Lleida. Aunque no consumo sustancias alucinógenas, a veces me gusta tomar algún «guisquito», se ve que si lo pones en diminutivo, pecas menos. Ahora que hablo de pecar, no hubiese dicho nunca que me caería bien un colegio religioso. Ahora haré un vergonzoso momento «disco dedicado» de radio de pueblo. Poned de fondo a Jorge Sepúlveda cantando aquello de «Mirando al mar, soñé» porque envío una felicitación a Marcel, al Joan y a Isabel, de las Dominicas, a los que deseo -como dicen ellos- un feliz Adviento. (He tenido que mirar mis apuntes de catecismo). Ya podéis quitar la música. Siguiendo con las alucinaciones, también se me hace extraño ver el Valle Inclán del Congreso. Me da la sensación de que estoy en una sociedad de ficción. Y, ya me conocéis, cuando se trata de fantasear soy como Puigdemont, el número 1… pero nadie me reconoce. Pues ayer, ante uno de estos guisquitos del Cocvla, me imaginé que era diputado y que pedía la ley de la etiqueta contaminante. Sí, ya sé que existe para los coches, pero yo me refiero a la de las personas. Te la darían con el DNI. Así, con la etiqueta amarilla B no podrías andar por la Vía Layetana. Con la etiqueta verde podrías entrar gratis en los toros, en los campos de tiro y en el Museo del Mamut de Barcelona y la etiqueta ECO la llevarían los agarrados y los equidistantes bicolor. ¿Cómo? ¿La etiqueta naranja? Está claro, te la pondrían en el ataúd cuando te murieses.