Diari Més

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No compro nunca lotería. Ni del colegio del niño que no tengo, ni del colegio profesional al que pertenezco. No, no es el de humoristas, ese lo preside un canario que vive en Madrid. Cada año digo lo mismo, que lo que gano a la Lotería es el dinero que no he invertido des de hace 40 años. Poca coña, sumad de 100 en 100 euros y veréis como os podréis comprar una Derby «paleta».

Tengo dos amigos en Reus que se llaman igual: el Sisco y el Francisco. El primero me escribió ayer para decirme que le había tocado «El Gordo» (no, no soy yo) y le caía una cantidad bastante digna. No sería para correr desnudo por la plaza de la Llibertat, pero sí para hacer una fiesta gitana de las que duran una semana. Me alegré, especialmente porque, como yo, está esperando que llegue ese feliz momento de la jubilación. En aquel instante me dio rabia no ser de los que compran lotería. Y empecé a pensar en mi mala suerte, si pasé el otro día por la calle Barcelona de Salou, ¿Por qué no me paré a comprar lotería? Pero, en medio de este «¿Por qué? Señor, ¿Por qué?» me acordé del otro «Sisco». Él murió a consecuencia de esa enfermedad infame que no respeta a nadie. Me acordé de aquel Seat 850 y de aquella adolescencia de Flash-Back. Entonces mi espíritu de «¡Qué mala suerte!», se transformó en una sonrisa. Yo sí que tengo fortuna -pensé- porque tengo lo más valioso: la vida. Sinceramente, me da igual tener más o menos dinero. Siempre digo que nunca seré pobre, porque la pobreza no está en el dinero, sino en el espíritu, y yo tengo alma de millonario. Enhorabuena, Sisco. Un recuerdo para ti, Francisco. Postdata: Mi mujer me ha dicho que el artículo de hoy es «moñas». ¡Qué le vamos a hacer! En Navidad ya se sabe.

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