Que nadie se ofenda (será difícil) pero creo que los que envían un WhatsApp de «buenos días» (¡plinc!) y otro de «buenas noches» (¡plinc!) cada puñetero día tendrían que ser desterrados a Alaska, a una cabaña sin Wi-Fi ni calefacción y con un poster de Quim Torra desnudo. Tu tienes a tu padre en el hospital y le dices a tu hermana: «Si pasa algo grave, envíame un mensaje». Y te pasas una semana con arritmias por culpa del pesado del mensajito. Ayer cumplí 59 años -gracias por vuestras felicitaciones- y me considero joven, pero veo que, poco a poco, la sociedad me va llevando milímetro a milímetro hacia el geriátrico. Mientras hay niños de tres años que ya lo controlan, tu vas de culo para aprender las normas de cortesía de este invento: cuánto tiene que durar la conversación, si se tiene que contestar de forma inmediata o puedes hacerlo más tarde… Tu envías un mensaje a un amigo proponiéndole ir a comer y te contesta mientras estás cenando. Otro día, te escribe él con el mismo propósito y piensas que quizás no hace falta responder al momento. De repente, se convierte en Dolors Montserrat y te mete una bronca que te deja llorando como Pablete en un rincón. ¡Ah, se me olvidaba! También me pregunto si es imprescindible despedirse con un dibujito de un puño con un dedo gordo mirando hacia arriba al lado de un «¡Genial»! Uy, muy moderno… ya lo hacían los romanos en el Coliseum cuando Ballesteros llegó a la alcaldía y los coches todavía pasaban por la puerta de la casa consistorial. Ahora que hablo del foro local de Tarraco, propondré a Manel Castaño, el vicepresidente de Educación del Ayuntamiento -un rojo como yo- que organice cursos sobre como utilizar estas herramientas comunicativas. ¿He dicho vicepresidente? ¡En qué estaría yo pensando!