Un paje montado en un caballo blanco recorre mi calle gritando: ¡Peñalveeer! ¡Peñalveeer! He salido a la ventana para saber quién era el loco que se atrevía a vociferar mi apellido. Le he reprochado que no llamase al timbre, como todo el mundo. He bajado los cinco pisos como si hubiese un incendio y me ha dado un sobre lacrado en rojo que llevaba perfume de Reus. Era una invitación de la Diputació de Tarragona. Me invitaban a desayunar. A mí, que importé el hambre a Cataluña, me ha encantado. Me he sentado cerca de la presidenta, Noemí Llauradó, y así me he asegurado salir en las fotos, como hacía ya con el Poblet. Nos hemos reunido unos sesenta periodistas para escuchar atentos el discurso de la presidenta. Me ha gustado, me ha parecido una chica simpática y con ganas de mejorar el territorio. Aunque eso de «territorio» lo tendríamos que ir dejando, porque suena a peli del Oeste. Recomiendo utilizar «área»… No, tampoco, que me recuerda a las tiendas de Guissona.
Al cabo de media hora, nos han puesto en el plato una flauta de jamón y un zumo sin abrir, todo un detalle en estos tiempos de precariedades presupuestarias. Al cabo de 40 minutos he mirado los papeles que tenía la Noemí en la mano. Era una carpeta con folios escritos, yo diría que para Fidel Castro. Letra bien apretadita a cuerpo 9. Pero me ha parecido muy profesional que no leyese. Después he caído: se ha dejado las gafas de cerca, con 41 años, probablemente ya le toca. Después de mirar un cuarto de hora el bocata se ha acabado el discurso. Ya iba a clavar los dientes en la flauta cuando… ¡Paren máquinas! Lou Grant tenía que hacer una pregunta. He vuelto a dejar el jamón en el plato cagándome en el nuevo periodismo y el off the record.